Si, como es de esperar, el Senado la confirma, Janet Yellen se convertirá en la próxima presidenta de la Reserva Federal de los Estados Unidos de América (FED). Su nominación por parte de Obama, hace un par de semanas, fue una buena noticia.

Que a mi me parezca buena noticia tiene nula importancia, pero que, desde que hace meses se comenzó a especular con los posibles sustitutos de Bernanke, fuera ella la candidata, entre otros muchos, de Stiglitz y de Krugman, nos facilita una idea sobre cuál puede ser la orientación de las políticas que ella puede impulsar desde el cargo de mayor relevancia económica mundial.

Su nominación constituye una buena excusa para valorar el papel que han jugado los dos mayores bancos centrales del mundo, la FED y el BCE, durante la recesión más larga y profunda que ha vivido la economía mundial, particularmente de los países del Atlántico Norte, desde la Gran Depresión de los años 30.

Con ese propósito, resulta bastante complicado no empezar por poner de relieve que la Reserva Federal, por acción y por omisión, tuvo un papel relevante en la formación de la burbuja de crédito, e inmobiliaria, que está en el origen de todos nuestros males. Alan Greenspan, que la presidió durante diecinueve años, es de las personas que confía en la perfección de los mercados y manifiesta que "cuanto menos Estado, mejor". Fue elegido bajo la presidencia de Ronald Reagan, lo que es comprensible, pero yo lamento que Bill Clinton lo confirmase en dos ocasiones, en cuyos mandatos se culminaron muchas medidas desreguladoras, que favorecieron el espectacular crecimiento de la economía financiera.

En los últimos años de ese camino, Bernanke acompañó a Greenspan, al que sustituyó en 2006. Conviene no olvidarlo; como sería estúpido ignorar que Bernanke continúo negando la evidencia hasta bien avanzado 2007, cuando ya eran muchas las voces -entre ellas la de Janet Yellen„que advirtieron de la burbuja y del inminente peligro de entrar en una gran recesión, y, para colmo, permitió que se dejara caer a Lehman Brothers, generando que la economía, no solamente estadounidense, sino mundial, entrara en un abismo de salida muy compleja. Es difícil de aceptar que Bush, tomara una decisión tan grave sin el aval del presidente de la Reserva Federal. Dicho esto, sería injusto no reconocer el papel jugado por la FED, bajo la presidencia de Bernanke, a partir de ese momento.

Situar los tipos de interés nominales en el 0% ya en 2008 y que, después, según se constató que ello no era suficiente, "gracias" a la trampa de la liquidez sobre la que ya advirtió el denostado JM Keynes, tuviera la valentía de impulsar la adopción de medidas monetarias heterodoxas, como la relajación cuantitativa, comprando de forma abundante no sólo deuda pública norteamericana, sino también cédulas hipotecarias, ha sido determinante en la favorable evolución de la economía de su país.

Ahora, al final de su segundo mandato, el gran debate es cómo y cuándo salir de tanta laxitud monetaria, contra la que abominan el partido republicano y los economistas neoconservadores, que llevan años advirtiendo, incansable y reiteradamente, de las catastróficas consecuencias que, sobre la inflación y el tipo de cambio del dólar, se derivarían de esa política. Aunque la realidad se haya encargado de desmentir sus malos augurios, no se sonrojan.

La nominación de Yellen es, al menos a priori, una presagio de que se buscará una salida rigurosa, basada más en los datos económicos, que en la ideología y en la urgencia. Nada tengo contra las ideologías, al contrario. Pero cuando se trata de adoptar medidas que afectan a la felicidad y al bienestar de millones de personas, lo esencial es el rigor y la solvencia intelectual. La previsible nueva presidenta, ha recordado, en su discurso de aceptación de su nominación, que "el mandato de la Reserva Federal es servir a todo el pueblo estadounidense. Y demasiados estadounidenses todavía no pueden encontrar trabajo. La Reserva Federal puede ayudar si hace su trabajo eficazmente". Suena bien, ¿no?: servir al pueblo.

Casi simultáneamente, Mario Draghi, presidente del BCE, en una rueda de prensa concedida con motivo las asambleas anuales del FMI y del Banco Mundial, declaraba que el mandato del BCE está definido con precisión (mantener la estabilidad de los precios), por lo que no va a fijarse objetivos en materia de crecimiento económico y creación de empleo.

Quizá por ello, cuando ya la Reserva Federal había situado el tipo de interés a corto en el 0%, el BCE, en plena crisis, incrementó, en dos ocasiones, su tipo de intervención: primero en 2008 y después en 2011, jugando a ser "motor de recesión", en base a unos temores inflacionistas que no han llegado a concretarse en momento alguno.

En la zona euro tenemos un banco central creado a imagen y semejanza del Bundesbank; Alemania no habría consentido otra cosa, ni parece dispuesta a aceptar cambios en su orientación. Y ello es particularmente preocupante cuando, además, carecemos de una política fiscal común. Ambas cosas juntas implican que no tenemos instrumentos útiles ni autoridades con el poder y la credibilidad suficientes, para luchar contra esta crisis.

Bernanke, ha sido candidato al Nobel de Economía en distintas ocasiones. Yellen tiene una solvencia académica contrastada en Harvard, London School of Economics y Berkley. El español David López-Salido, director adjunto de Asuntos Monetarios de la Reserva Federal ha declarado recientemente: «Una de las cosas extraordinarias de este país es el excepcional nivel de cualificación de los candidatos a dirigir la Reserva Federal».

Trichet tuvo que esperar que el tribunal correccional francés le absolviera del caso Crédit Lyonnais, después de haber sido acusado de falsificación contable, para poder ser designado presidente del BCE y, sobre el papel jugado por Draghi, como vicepresidente de Goldman Sachs, en el asesoramiento al gobierno griego sobre cómo ocultar la magnitud de su déficit público, mejor ni hablar. Hay quienes dicen que cada uno tiene lo que se merece.