La educación pública

Le envío esta carta como profesora y madre de niños de primaria de la Escuela Pública para exponer mi queja desde lo que me incumbe en esta desastrosa situación actual y, en nombre de tantas personas que, quizá, se vean reflejadas en mi misma situación o, al menos, en una parecida. Qué gran impotencia tener que levantarse un día de huelga general en educación para poder expresar lo excesivamente descontentos que stamos con la situación a la que se está llegando que, va a peor, y no poder "permitirse el lujo" de ir a ejercer tu derecho a huelga ¡tiene narices! Quizá, tras la jornada del día de huelga aparezcan en las noticas los porcentajes de participación y no participación en la misma pues, a mi modo de vivirla téngase en cuenta que, en esa "no participación", una gran mayoría, por no decir todos, estamos todos aquellos que quisiésemos estar. En el porcentaje que si va, no olvidemos que muchos se quedarán sin otros menesteres para poder hacer números a final de mes...

Téngase en cuenta todo esto y mucho más porque ¡NUESTRA EDUCACIÓN PÚBLICA no merece ser enterrada bajo los escombros de todo aquello que se habíamos construido entre todos y que, poco a poco, la han ido destruyendo con la excusa de la dichosa crisris! Sin nada mas que añadir le agradecería compartiese mi mensaje pues, al menos, compartir la situcación es lo único que puedo permitirme en estos momentos.

Muchísimas gracias, un cordial saludo.

Marta Montero Aponte. Málaga

De nostalgias y ritos

Como visitantes, ha sido muy grata la impresión que nos ha causado la ciudad de Málaga, sus nuevos espacios junto al mar y su oferta cultural tan estimulante. No obstante, nos gustaría dejar constancia también de nuestra sorpresa ante unos vestigios arqueológicos que no esperábamos encontrar. Un grupo de once personas, adultos y niños, acudimos a la ecuaristía dominical de las 10 de la mañana en la Basílica de la Catedral y nos encontramos con el pedregoso latín eclesiástico de un venerable celebrante y de una religiosa que, al micrófono, era la única en dar respuesta a la perorata. Los adultos pudimos, al menos, cazar algún latinajo del Bachillerato perdido en la resonancia de los muros, pero los niños naufragaron por completo y hasta hubo que indicarles el momento de la consagración, cuándo teníamos que rezar juntos el Padrenuestro y cuándo saludarnos con el rito de la paz. ¡Qué lejos parecía aquello del lenguaje cercano y vivo de Jesús de Nazaret! Acostumbrados a celebraciones eucarísticas mucho más cercanas, hasta a mi hijo más pequeño se le ocurrió preguntar: “Papá, ¿por qué hablan como en Harry Potter?”.A ellos les pareció un galimatías divertido y una más de las curiosidades de la ciudad, como los platos cantados en el restaurante El Tintero. Pero a nosotros, honestamente, nos pareció el retrato perfecto de gran parte de la Iglesia actual: apartada del mundo, habla un lenguaje ajeno al mundo y vive de espaldas a las preocupaciones de los hombres y las mujeres de hoy. Ojalá el papa Francisco sea capaz de renovarla por dentro y por fuera. Respetamos que los integristas o los nostálgicos puedan celebrar, si quieren, sus ritos en la hermosa sonoridad de las lenguas muertas. Pero a quienes preferimos dejar a Virgilio para la intimidad y ser parte activa de la Iglesia viva y cercana que se gestó en el Concilio Vaticano II, nos gustaría que se nos anunciasen previamente y con claridad este tipo de reivindicaciones fundamentalistas con las que de ningún modo comulgamos.

Juan V. Fernández de la Gala e Isabel Calvo Donoso. Málaga