En el Norte unos días de viento Sur, con sus altas temperaturas, hacen que eclosionen multitud de insectos, que debían haber nacido en primavera. El mundo al que llegan parece también primaveral: las hojas de hayas, fresnos, robles, abedules y avellanos siguen colgadas con aparente firmeza de los árboles, y sólo abundan en el suelo las de algunos mostajos, con su envés blanquecino. Los insectos prematuros morirán muy pronto con el frío, y habrán disfrutado de una corta existencia, sin llegar a estar en sazón y aparearse. Para ellos la vida, agostada antes de realizarse en plenitud, será un fugaz episodio. La transparencia del aire permite alargar la visión hasta muy lejos, acortando las distancias, resaltando los perfiles y creando en el observador una sensación de clarividencia. Una experiencia, a la vez, de irrealidad, quizás semejante (en cierto modo) a la de los jóvenes insectos.