Se dice que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Se hace para tratar de encontrar una explicación a lo que no la tiene, para justificar faltas, ausencias o carencias que no somos capaces de comprender. Puede que también excesos y desvíos, que se escapan del sentido común. Reconozco que me parecen repugnantes las imágenes de los etarras saliendo de prisión tras la sentencia del Tribunal de Estrasburgo, que aniquiló la doctrina Parot. No sólo tumbó con la sentencia este sistema, también lo hizo, y por ko técnico, a las familias de las víctimas y a todos los que nos sentimos a su lado.

La Gran Sala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (o tras este episodio bien podría denominarse de los Torcidos Humanos) anunció su fallo definitivo casi sin que se despeinaran sus portavoces, dando una bofetada terrible en España, al permitir la excarcelación de terroristas y asesinos múltiples -hasta 55 etarras han pedido ya la libertad- porque sostiene que la doctrina y la interpretación que hacía de los beneficios penitenciarios vulnera el Convenio Europeo de Derechos Humanos (o más bien de los Torcidos Humanos, tras esta experiencia).

Esta doctrina la estableció el Tribunal Supremo en febrero 2006 cuando evitó la puesta en libertad del terrorista Henri Parot. El objetivo era evitar que los terroristas condenados conforme al Código Penal de 1973 por atentados cometidos entre 1977 y 1995, pudieran salir de prisión antes de cumplir la pena máxima de 30 años gracias a los beneficios penitenciarios. Esta interpretación en el cómputo de las redenciones de pena garantizaba que los etarras más sanguinarios y los delincuentes más peligrosos cumplieran al menos tres décadas de prisión.

Estrasburgo ha condenado a España por aplicarla de forma retroactiva a la etarra Inés del Río. Vulnera el Convenio Europeo de Derechos Humanos (ya hemos dicho que Torcidos Humanos, en este caso). Lo que yo me pregunto, y se preguntan muchas personas, es si aquellos que iban a trabajar y recibían un tiro en la nuca; si quienes al arrancar su coche les estallaba una bomba lapa; si los que fueron a comprar al Hipercor; si los guardias civiles que del autobús que explosionó en la plaza de la República Dominicana o los de la casa cuartel de Zaragoza; si nuestro José María Martín Carpena, no tenían derecho a seguir viviendo y tenían derecho a tener derechos. Los etarras, fruto de una sentencia dictada por quienes no han sufrido la lacra del terrorismo y son incapaces de entenderla, tendrán una segunda oportunidad. Sus víctimas no. Sus familias, casi que tampoco.