Estrasgurgo ha hablado. La doctrina Parot es errónea e infringe la normativa internacional de derechos humanos. Ya hemos visto las primeras excarcelaciones de etarras y pronto veremos las de algunos asesinos y violadores. Hay quien ha hablado de que apoyar esa doctrina es sinónimo de vivir en la edad media, pero lo cierto es que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos lo que ha hecho es certificar la descomposición de nuestro Estado, un país incapaz de hacer un Código Penal lo suficientemente duro como para combatir a ETA y el cáncer que extendió por una bisoña sociedad recién nacida a la democracia usando penas altas, duras, a la altura del oprobio y los execrables crímenes que se cometían día tras día. Fue un error garrafal de los primeros gobiernos socialistas y de los de la UCD, que ahora pagamos con la foto de asesinos sonriendo mientras abrazan a los suyos y miran de reojo a una sociedad civil que comienza a arrodillarse frente al leviatán terrorista por la inoperancia de sus gobiernos. Fue un fracaso del Estado de derecho no tener un Código Penal que respondiera con mano dura a la mano dura aplicada por ETA. Ahora es más duro, e incluso se ha incluido la prisión permanente revisable para los crímenes que más alarma social crean, y hay a quien le sigue pareciendo poco.

En España confundimos la indeludible reinserción social que debe perseguir toda condena con el hecho de que hay individuos que, por el dolor causado, no pueden optar a ello. ¿Puede reinsertarse quien siente impulsos de violar y asesinar? Hay casos y casos. Estamos en la antesala de un debate jurídico que sería apasionante si no fuera porque se levanta sobre la sangre derramada de miles de inocentes. La doctrina Parot fue un intento de los juristas por arreglar lo que los políticos no eran capaces de enmendar, como ocurre hoy y como ha sucedido siempre en este triste país que ya mismo ni siquiera se llamará España.

Un fiscal me comentaba el otro día que la sentencia de Estrasburgo es inmaculada. «Es un monumento jurídico que entra a valorar cada matiz. Se podrá estar en desacuerdo con el fallo, pero no les ha quedado otro remedio». Posiblemente sea así, pero una vez más una institución supranacional arregla el desaguisado de un país que hace tiempo que dejó de vestirse por los pies. Necesitamos una catarsis colectiva, esta vez sin que medie un desastre colosal de por medio. Pensemos de forma preventiva.