En los años 90, los dirigentes provinciales del Partido Popular de Málaga bautizaron cariñosamente a los cachorros locales de las Nuevas Generaciones como «los chicos del maíz», en un simpático guiño a la película homónima de Stephen King. En la película, un pueblo del medio oeste, creo recordar que se llamaba Gatlin, era tomado por sus adolescentes y jóvenes, previo exterminio de cualquier adulto que se cruzara en su camino. En cuestión de metáforas, el personal no se andaba por las ramas.

Los chicos del maíz han crecido -al menos físicamente- y hoy ocupan relevantes posiciones institucionales. Uno de ellos trabaja en Madrid. Nunca se supo si terminó psicología, pero lo que se sabe a ciencia cierta es que aparece en los papeles de Bárcenas como presunto receptor de 400.000 euros. Una nadería, una presunta propinilla por su dedicación al partido.

Otros no han tenido tanta suerte y se dedican a la política provincial y local. La mayoría de ellos en la Diputación Provincial de Málaga, bajo el manto protector de Elías Bendodo, su cabecilla. Una vez, en un debate en la COPE, le dije a Elías en directo y en persona, cara a cara, que nuestra generación tenía la obligación de cambiar las cosas, de hacer una política diferente. Se quedó callado. A mi lado estaba Salvador Pendón. Aquel silencio preocupó a Julián Romaguera y al moderador, Adolfo Arjona, que acudieron en su auxilio. De lo que pasó por su cabeza en aquellos momentos nunca más se supo.

Se nota que los chicos del maíz van a más. Su peculiar interpretación de las reglas del juego y de la responsabilidad política se ha visto este fin de semana, en las inmediaciones del hotel NH y también en el interior del Museo Picasso. Uno de ellos se encaró con la Policía Nacional, muy cerca de donde yo estaba. Parecía uno de esos tipos que apuran su última oportunidad en su ya cotidiano viaje al fin de la noche, pero esta vez a plena luz del día y con la familia Picasso a pocos metros. Un lujo sólo al alcance de personas auténticamente irresponsables.

Cuando toda España clama por una forma diferente de hacer política, cuando miles de jóvenes profesionales mucho mejor preparados que los dedicados a la política se ven obligados a emigrar en busca de un clavo ardiendo que evite que sus vidas se precipiten en el abismo, la generación política a la que pertenezco y a la que pertenecen estos aguerridos defensores de los ayuntamientos tira por la borda la poquísima confianza que todavía podía quedar en nosotros, en ellos.

Quiero pensar que quizás alguno recordara la portada de La conjura de los necios, nada más, y decidiera reescribir su contenido. No llegó a la cita de Swift de la que procede el título del libro. Sin embargo, la novela que su actitud nos trajo a la cabeza a muchos de los presentes en el Museo Picasso fue nada menos que El señor de las moscas, de William Golding. La inocencia de los niños, desatada y primitiva, puede llegar a ser muy peligrosa. Y mucho más cuando sus tutores del Partido Popular de Andalucía les aplauden sus gracietas.