Al salir de casa esta mañana, aún de noche, mientras pensaba, he visto pasar un caballo. Iba solo, sin luces, elegante, con la cabeza alta, seguro de sí. Justo cuando me preguntaba lo obvio, es decir, ¿qué hará un caballo solo y sin luces a esta hora en mitad de la ciudad?, el caballo me miró cómo preguntándose lo mismo, o sea, ¿qué hará este tío solo y sin luces a esta hora en mitad de la ciudad? Con su atención puesta en mí, el animal no se percató de la acera y formó un estropicio, aunque fue solo ruido: tropezó y, por mantenerse en pie, resbaló con sus cuatro patas, una tras otra. Finalmente logró no caerse. Cuando hubo recompuesto su hermosa figura, me regaló una mirada intensa y siguió su camino, igual que antes, parsimonioso, orgulloso, con raza..., pero sin luces. El caballo y su pequeño accidente me sacaron de mis pensamientos, pero me impelieron a otro: repentinamente tomé consciencia de que hay resbalones que impiden las caídas... No está nada mal iniciar el día tomando consciencia de la trascendencia de las cosas. Un caballo sin luces me ha iluminado esta mañana. ¿Chulo, eh...?

El encuentro con el caballo ha sido como un chute de autoestima. Un momentazo de esos en los que tenemos la sensación de haber cumplido con el universo. Además, la cosa ha ocurrido bien, espontáneamente, sin dolor, no como esas otras veces en las que la luz es dolorosa para los que vivimos en la oscuridad.

Proseguí mi camino. Iba recompuesto, como si con el subidón de autoestima me hubiera crecido el uniforme de Supermán. A lo lejos volví a escuchar el sonido de cascos de caballo. Cambié el rumbo y aceleré para acercarme. Tres calles más abajo, llegué, y al volver la esquina, me encontré con dos caballos que subían, solos, sin luces los dos. La mañana iba de caballos. Ambos venían cargados. La pregunta obvia, volvió: ¿qué harían dos caballos solos y sin luces a esas horas en la ciudad? De los dos, uno era el caballo elegante de antes, el otro un caballo percherón, de esos más dados a la carga que a las carreras. El caballo elegante, con una voluminosa y pesada carga mantenía su paso natural, ufano, altivo... Al pasar a mi lado volvió a mirarme, supongo que preguntándose otra vez lo mismo: ¿qué haría un tipo como yo allí, a esa hora, sin luces? El percherón avanzaba lentamente, progresaba metro a metro con titánico esfuerzo, a pesar de que su carga era infinitamente menos pesada y voluminosa que la del otro caballo. Pobre animal, al pasar frente a mí me miró cansado, pero creo que preguntándose lo mismo que su congénere... Uno tras otro doblaron la esquina, y pude oír cómo se alejaban, uno, al paso, el otro, a duras penas. Mientras meditaba absorto sobre aquella situación digna del amigo Kafka, otro pensamiento llegó volando: de repente había tomado consciencia de que no es la carga la que nos impide avanzar, sino la forma en la que la llevamos... Flipante, oye. Dos caballos, ambos sin luces, me habían vuelto a iluminar… ¡Qué pasada!

Digo yo, puestos a tomar consciencia, ¿por qué será que nosotros, los turísticos, nos empeñamos en plantear metas y objetivos -y los caminos y veredas que nos conducen a ellos- si, a la hora de la verdad, terminamos caminando por el mismo camino por el que siempre hemos caminado? ¿Será el miedo permanente a equivocarnos, o serán otros asuntillos menos confesables? Llegar al futuro agarrados al viento -según sopla en cada caso- no es llegar, sino «ser llegados». Cuando pilota otro, no controlamos ni el viaje, ni el camino. Así es...

¿Por qué nos empecinamos en identificar la innovación solo con la novedad, con la calidad, con la brillantez de las ideas..., y no con la oportunidad de éxito en los mercados? Sin la oportunidad en el vaso mezclador de las variables, la innovación nunca traspasa el umbral del éxito, y el éxito en los mercados, sin la oportunidad, es una entelequia con apego a la quimera.

¿Por qué, a estas alturas de la historia, insistimos en seguir proponiendo el conocimiento turístico, desde la consideración de que el cerebro turístico es un recipiente por llenar, en lugar de una luz por encender?

Vaya mañanita de caballos la de hoy, tú...