¿Afición o deporte de alto riesgo?

Recuerdo que en mí infancia, allá por la década de los cincuenta, de vez en cuando solía ir con un señor mayor a cazar pajaritos con una red, y nadie sancionaba ni decía nada por hacerlo. Unos años más tarde esta forma de cazar se prohibió, pero se implantó la caza con escopeta o como poco con rifles de aire comprimido, eso sí, con una licencia de caza y por supuesto pagando.

Desde hace ya bastantes años, está totalmente prohibido matar un diminuto gorrión u otra especie, con penas de altas sanciones, incluso de cárcel, y yo me pregunto.

¿Por qué el sistema de caza mayor (jabalíes, ciervos, etc.) no se prohíbe dado el riesgo de accidentes mortales que ello conlleva, tanto para los propios cazadores como para personas que vayan a pasear por el monte?

Este fin de semana ha sido trágico en esta materia, dos cazadores amigos y vecinos han fallecido en Tuña, en el concejo de Tineo (Asturias) al disparar uno creyendo que era un jabalí y resulto ser el amigo, suicidándose el causante segundos más tarde.

En la provincia de Lugo también sucedió algo parecido con un joven de 17 años, el cual perdió la vida de un disparo.

Tal vez este tipo o sistema de cacería no se erradique o prohíba, no porque hayan animales sobrantes en el monte, si no para seguir obteniendo grandiosos ingresos las federaciones correspondientes de cada comunidad, sin descartar en ningún momento, lo que percibirá el estado por permitir que las personas se maten entre sí, practicando una afición o deporte de alto riesgo.

Sanciones y condenas por maltratar animales domésticos o no domésticos sí, y lo apruebo, pero libertad para ejercer la caza mayor, con un evidente peligro de accidentes mortales, como los veinte muertos del pasado año, eso no lo apruebo, pero otros si, y es que donde hay patrón por dinero, no manda marinero sin una gorda.

Manuel BarberáMálaga

¿Desde dónde nos gobiernan?

Hay que hilar fino, pues el positivismo no consiste, como nos han querido hacer creer, en aceptar «lo que hay» sin corregir sus errores, para tener que apechugar ad infinitum con ello, como «mal menor». Lo que estamos acostumbrados a leer, oír y ver -y lo que se vende en casi todos los medios de comunicación-, es crítica negativa, un caldo de cultivo preparado para crecer no como seres libres, sino como seres cada día más impotentes, des-emponderados. No estaría mal si practicáramos diferenciar lo que es aceptación (aquello que «no se puede» cambiar) de lo que es pura resignación.

Mi propuesta de hoy es que, cada crítica que hagamos, la formulemos con una propuesta adjunta positiva, por descabellada que parezca a nuestro entorno. Pero para esto se requiere salir del cómodo condicionamiento social en el que nos hemos instalado. Para ello se requiere arrestos de verdad, valentía. Más que propuestas de partidos políticos mayoritarios -que son los que encuentran difusión en la inmensa mayoría de periódicos, radios y TVs, necesitamos escuchar a personas que alientan a reducir nuestra división y acercarnos más unos a otros, prestando oídos al silencio, a nuestra intuición que diríamos. Y abandonar ese positivismo de mentira que pretende encerrarnos, cada día más, en su ratonera de ruido urbi et orbi. Habrá que estar muy atentos para separar el grano de la paja y alejarnos de consignas; atender a propuestas que sintonicen con la recuperación de nuestro propio poder personal, de nuestro empoderamiento.

Gerardo HernándezMálaga