Leer sigue siendo un método eficaz para poder escribir pulcramente. Francisco García Pérez sugiere el hábito de algo tan inusual como la lectura de un buen libro, y la editora Carmen Balcells dijo no hace mucho, con motivo del reciente Congreso de la Lengua en Panamá, que la práctica lectora empieza precisamente con los periódicos. De hecho, aunque sometido a las urgencias del cierre, el periódico es un libro que se escribe todos los días.

Pertenezco a una generación que no puede vivir sin periódicos y café por las mañanas. Sin ellos, créanme, las horas carecerían de sentido. No, no se trata sólo de las noticias. Las noticias están ahora por todos lados y por ninguno. Karl Kraus decía que se inventaron para dar un aspecto respetable a las cabeceras, y Ed Hutcheson, en «El cuarto poder», aquella magnífica película de Richard Brooks, las empezaba a echar de menos en la portada del «New York Day». A lo que me refiero por extensión es a ese relato temporal del mundo que uno encuentra en el quiosco de la calle o en el quiosco digital.

Los mejores periódicos jamás dejaron a un lado el objetivo de ilustrar informando, pero lo que han hecho sobre todo y de manera prescriptora es ofrecer la narración de los hechos de arriba a abajo. Seguramente no hay mejor manera de iniciarse en la lectura que hacerlo de una forma ordenada y con la brevedad que confiere el párrafo periodístico a las piezas sueltas.

En los periódicos españoles existe, además, la tradición del artículo literario que ha cultivado y cultiva multitud de escritores. Del primero al último. Eso es algo que ni ha sucedido ni sucede con tanta frecuencia en otros países. Resulta difícil, por no decir imposible, encontrar a un escritor español de renombre que no haya publicado en los diarios impresos.

Borges comentó en alguna ocasión que la Universidad debería insistir en lo antiguo y lo ajeno; para ocuparse de lo contemporáneo y lo propio están los periódicos como lectura troncal de la vida.