Bon Chans significa buena suerte en Creole, lengua similar al francés que proviene de los esclavos llevados desde África a las plantaciones del Caribe, y que hoy siguen usando sus descendientes, braceros haitianos. Estas semanas nos enteramos, con estupor, de que la «Justicia» dominicana plantea retirar la nacionalidad a los dominicanos de ascendencia haitiana desde 1929, estimando que más de quinientas mil personas se convertirán en apátridas, es decir, que dejarán de tener nacionalidad.

Las ONGD comprometidas con la República Dominicana conocemos perfectamente la situación en la que quedarán estas personas, no en vano, en Justalegría trabajamos desde 2010 para devolver la identidad jurídica a las familias haitianas que, tras el terremoto que se produjo ese mismo año, se desplazaron a los bateyes dominicanos perdiendo todo (pasaporte y acta de nacimiento incluidos). No tener identidad jurídica significa perder todos tus derechos: salud, educación, empleo formal, posibilidad de desplazarte a otro lugar para salir del círculo de pobreza de la caña de azúcar; implica dejar de ser persona para cualquier administración bajo el paraguas de la legalidad internacional, que nunca Justicia Internacional. También para sus hijos, y para los hijos de sus hijos. Parafraseando la obra de Shakespeare, es cuestión de ser o no ser.

A pesar de que la Declaración de Derechos Humanos en su artículo 15 estipula que toda persona tiene derecho a una nacionalidad, los apátridas no son un fenómeno nuevo. Según datos de las Naciones Unidas, quince millones de personas viven en esta situación, y, si esta línea del poder judicial dominicano siguiera adelante, sumaríamos medio millón más. Es difícil pensar que un país puede despojar de nacionalidad a parte de sus habitantes. Imaginemos por un momento que otra nación del continente americano, donde sus paisanos son descendientes de inmigrantes, como el caso de Estados Unidos, decide llevar a cabo una medida similar, por ejemplo, con los estadounidenses hispanos, o con los afrodescendientes. Estaríamos en una regresión a siglos pasados, precisamente, cuando los esclavos africanos trabajaban las plantaciones de algodón en Norteamérica, y se empezó a hablar creole en el Caribe. Esto pasa hoy en República Dominicana. En 2010 el Gobierno francés de Sarkozy expulsó a gitanos y planteó retirar la nacionalidad a los franceses que delinquieran con origen extranjero. En Italia se enterraron con funerales de Estado los muertos de la tragedia de Lampedusa, mientras se multaba y deportaba a los supervivientes nuevamente hacia la miseria. En España también hoy nos encontramos con una nueva valla de la vergüenza para los españoles, y asesina para los que buscan un lugar digno para vivir. Todos estos países han suscrito diferentes tratados de Derechos Humanos, un pacto de verdadera Justicia Internacional. Los ciudadanos debemos reclamar y exigir a nuestros gobernantes que cumplan con ellos; de lo contrario, sólo cabe decir para estas personas: Bon Chans!

*Jaime de la Torre es técnico de la ONGD Justalegría. Secretario de Málaga Solidaria, coordinadora de ONGD de Málaga