­­­Darwin había publicado El origen de las especies en noviembre de 1859. Así, cuando la asociación británica para el avance de la ciencia se reunió en Oxford en verano de 1860. El 30 de junio, más de 700 personas se apiñaron en la mayor de las salas del museo zoológico de Oxford para escuchar lo que fue, según todos los relatos, un intenso debate (uno de los más célebres) entre «Sam el Jabonoso» Wilberforce, el obispo del condado, conocido por su «pico de oro», que asistía a aquella noble sala con el propósito confesado de aplastar a míster Darwin y a su compañero Huxley. Durante la primera media hora el obispo habló ferozmente, ridiculizando a ambos científicos. En un tono helado por el sarcasmo le planteó su famosa pregunta; su descendencia de un mono, ¿le venía por parte de su abuela o de su abuelo? Ante la feroz pregunta, Huxley sonrió ampliamente, miró al atónito Darwin y le dio una palmada de júbilo en la rodilla «El señor me lo ha puesto en mis manos querido Darwin». Y con estas, Huxley se levantó de un brinco y despedazó las argumentaciones que Wilberforce había empleado. Avanzando gradualmente hasta el clímax, exclamando que no sentiría vergüenza por tener a un simio de antepasado, pero que se avergonzaría de un nombre brillante que se sumergiese en cuestiones científicas de las que no sabía nada. En efecto, Huxley dijo que preferiría tener por antepasado a un simio que al obispo de Oxford. Aquel abarrotado salón no tuvo duda alguna respecto a quien venció en aquel debate. Decía Einstein: «No tengo la menor duda de que la verdad posee un valor moral determinante». Es lo que suele ocurrir con los categóricos científicos. Ojalá la ciencia y la intelectualidad tuvieran mayor espacio en el Gobierno de las personas de las sociedades modernas y con mayor relieve en España. Muchas personas (como lo pensaban a pie y juntillas los regeneracionistas) piensan que todo iría mucho mejor, ya que en España para muchas cosas todavía estamos discutiendo sobre el mono o la teoría de la evolución. Y además vociferando, que es el tono hispánico. Aquella retórica, por turnos de los salones del botánico, queda muy lejos de este cainismo eterno de las dos Españas.

Y es que a estas alturas de la película, hacemos leyes en este país que realmente parecen sacadas del siglo XIX. Y me refiero no sólo al polémico anteproyecto de ley del ministro Gallardón. Mira que hay que arreglar cosas importantes en la justicia del país (vital para el futuro del país), como para incentivar en España el centeavo enfrentamiento entre posturas ideológicas. Cosas de la política y sus intereses. La crisis, corrupción y pobreza se nos han colado en el salón de la casa para no salir, pero preferimos debatir en nuestro terruño «sobre el sexo de los ángeles». Según los recientes datos del «Reputation Institute» estadounidense, estos son los primeros factores negativos a la hora de analizar el menoscabo de la imagen que España ha proyectado hacia el exterior en los últimos años. A esto hay que sumarle un conjunto de leyes anacrónicas (como olvidar esa de seguridad ciudadana, simpática ella donde las haya) que flaco favor nos van hacer. Todas las leyes que surgen del miedo no funcionan. Si conociéramos bien a los gobernantes que han cambiado rumbos de países en depresión (que es el revulsivo que necesitamos), sabríamos que las leyes basadas en la represión de cualquier índole no hacen progresar nunca a un país. Que se lo digan a León Tolstoi, sabio de la no violencia cristiana que en sus últimos años, le escribía al joven Mohandas Gandhi a través de océanos, religiones, generaciones y razas. «La misma lucha del débil contra el fuerte, de la mansedumbre y el amor contra el orgullo y la violencia. Qué decir de Burke, con su «el miedo es el más ignorante, el más injurioso y el más cruel de los consejeros». A lo mejor habría que preguntarse qué asesores tienen hoy en día nuestros gobiernos.

Si el 2014 será el año de la recuperación, no podrá serlo sólo en el plano económico (y ojalá que lo sea en este plano, aunque la subida de impuestos y cotizaciones que anuncian para las pymes de nuevo es de planteamientos ortodoxos propios de los debates de míster Darwin y demás tipos de levita gastada). Lo que la crisis, y las posturas de los gobiernos han destruido durante los últimos cinco años, es también la reputación de España y de sus principales ciudades. Al menos lo dejan bien claro las recientes investigaciones del Reputation Institute, y si uno tiene la oportunidad de viajar, lo más normal es que te preguntan temerosos los comunitarios y extracomunitarios cuando te ven; ¿Qué ocurre en tu país? ¿Las consecuencias? Ciudades, comunidades y un país menos atractivos para todos. Su veredicto mezcla varios factores que van desde el avance tecnológico hasta el avance de las artes, pasando por la popularidad de sus intelectuales y artistas o el progreso social. Para hacerlo, realiza una encuesta entre 27.000 personas residentes en los países del G8. Ya que siempre nos importa mucho lo de fuera. Nos ven como un país empobrecido, corrupto, inseguro. Pero eso sí, muy entretenido y divertido. Qué guay. El tópico de siempre. Ya me gustaría que nuestro país cambiara y fuese más de Newton que del dj Kiko Rivera. De Tolkien que de Belén Esteban. De Tolstoi, que de Gandía Shore. Muchos dicen que no nos extrañemos de que tengamos lo que nos merecemos. Afortunadamente, aún hay mucha gente cargada de sentido común que se merece tener una sociedad con leyes justas y bienhechoras. Empezamos un año con 365 oportunidades. Vamos a ver como se van deshojando.

*Javier Noriega es presidente de la Asociación de

Jóvenes Empresarios (AJE) de Málaga