La niña Firmana, de carácter dulce, vivió entre los buenos durante dos años y ocho meses. Fue recibida en la Paz, el día de las Calendas de Febrero, Martes». Este texto es la traducción de la inscripción en latín que aparece en una pequeña lápida mortuoria, cincelada hace unos mil quinientos años. Se encuentra, junto con otros valiosos objetos de aquella época en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. Todos provienen de las ruinas de la Basílica Paleocristiana de la Vega del Mar, al sur de San Pedro de Alcántara, cerca de la playa. Probablemente la basílica fue destruida en el siglo VI por un maremoto.

Los vestigios que han llegado a nosotros han sido estudiados e investigados. Su innegable valor reside no sólo en haber sido el templo una de las iglesias cristianas más antiguas de España. La Basílica de la Vega del Mar es una extraordinaria joya arqueológica. Por ser de planta norteafricana, con ábsides opuestos y pórticos laterales al Norte y al Sur. Y por su elemento más singular, la pila para el bautismo por inmersión, similar a las halladas en el África Proconsular ( la antigua Leptis Magna, en la costa de Tripolitania). Con ellas comparte la misma situación dentro del templo, además del sistema de gradas y escalones para poder cumplir con el rito de la inmersión, según establecía San Isidoro. Y confiere una dimensión muy importante al monumento el centenar y medio de enterramientos alrededor del santuario.

Pero no me corresponde extenderme en el comentario histórico y mucho menos en el arqueológico. Lo que, en todo caso, podría ser un atrevimiento por mi parte. Sobre todo he pensado en las palabras que aparecen al principio de este pequeño texto. La huella que quedó del paso por este mundo de una niña que falleció en Marbella: Firmana. La que murió demasiado pronto. Durante siglos una pequeña lápida protegió sus restos sepultados en aquel lugar sagrado, muy cerca de la orilla del mar, en lo que ahora es San Pedro de Alcántara.

En nuestra larga y compleja historia es inevitable que haya espacios vacíos, en los que el paso de los siglos lo ha borrado todo. No en este caso. La voz de los que lloraron por el destino de la pequeña Firmana nos llega con claridad a través del tiempo. No sabemos nada de ellos. Tan sólo que tenían las mismas emociones, los mismos sentimientos que nosotros, ante la muerte de una niña que apenas había comenzado a dar sus primeros pasos por la vida.