Pensando, pensando, he resuelto que lo que en el fondo me molesta del independentismo catalán no es la secesión en sí, pues a fin de cuentas que en Europa haya una pequeña patria más, con sus ínfulas y armiños, no estorba tanto, y que haya una menos en España a lo mejor nos sacaría de una vez, por liquidación, de nuestro historicismo, y nos volvería inventivos. No. Lo que me ofende del independentismo catalán es el gesto, su pretensión trágica, como signada por un destino manifiesto que viene del fondo de los tiempos. Esa búsqueda medida del punto de riesgo, esa pasión por lo heroico disfrazada de seny, el modo en que su dirigente máximo imagina su perfil inscrito en una moneda, aunque sea de coleccionista, el argumento máximo, como telón de fondo, de la toma de las calles, aunque al tiempo temiéndola, mirando por la hucha. ¡Es todo tan español, y a la vez tan pacatamente burgués.