El apasionante libro de Belén Esteban no sólo se vende más que los tostones de Felipe González, Aznar, Zapatero o Solbes. Ha superado en difusión a la suma de todos ellos, multiplicada por diez. Aunque un comprador interesado en el responsable económico del último socialismo debe ser contemplado con un recelo suplementario, la preeminencia de la princesa del pueblo sobre tres gobernantes que suman treinta años en La Moncloa obliga a replantearse la historia reciente de España. La razón no puede centrarse únicamente en el título, aunque la mayoría de lectores conscientes de su salud no pasen de ahí. De hecho, la musa televisiva ha encabezado su esfuerzo literario con un ampuloso Ambiciones y reflexiones. Al desnudar su poco explotada capacidad de reflexionar, adelanta a los gobernantes en su terreno, porque ninguno de los políticos aplastados en las listas de superventas negaría una disposición reflexiva. En el caso de Solbes, en ese punto en que la cogitación limita con el ronquido. Su esfuerzo se titula Recuerdos. Preferimos olvidar.

La inteligencia discriminatoria de los lectores vuelve a ponerse de manifiesto al elegir a la princesa del pueblo sobre presidentes en desuso o, todavía peor, sobre Solbes. Ni siquiera admitiendo que el contenido del libro de Belén Esteban sea más atractivo que las peroratas presidenciales se entiende su abrumadora superioridad en ventas, si atendemos a la mística de La Moncloa. Nadie dudaría de la superioridad de la escritora superventas en el circo de Sálvame, pero se había propagado el tópico de que el público lector es más exigente y erudito que la descerebrada audiencia televisiva. Por tanto, la princesa del pueblo también escribe mejor que Aznar y compañía, aparte de superarlos probablemente en cultura. Porque nadie abonará impasible la hipótesis de que los escasos compradores supervivientes de libros ocupan las capas más frívolas de la sociedad.

Belén Esteban es la erótica del poder. Con cien mil ejemplares vendidos y ya en la séptima edición, cuesta decidir si los españoles quieren saber más de la madre de la hija de Jesulín o menos de sus presidentes del Gobierno, por no hablar de Solbes. Quienes están decidiendo el orden en que deben arrojar los volúmenes presidenciales a la papelera tienen que pararse a reflexionar, como diría la Esteban, porque disponen de productos únicos que se revalorizarán en el mercado de antiguallas. Hablando por uno mismo, y obligado a elegir bajo amenaza de destierro, copiar a mano Ambiciones y reflexiones me parece menos mortificante que abrir cualquier otro de los ensayos aquí analizados.

Puestos a excusarse, los presidentes del Gobierno alegarán que el éxito de Belén Esteban se sustancia en el refuerzo de Boris Izaguirre. Sin embargo, ella vende mucho más que él en solitario, de donde se infiere que la princesa del pueblo escribe mejor que el Oscar Wilde español. En fin, los irreductibles remacharán que Esteban se vende pero no se lee. Aparte del insulto gratuito a sus compradores, ningún autor ha considerado este criterio a la hora de evaluar sus propias ventas. La mayoría abrazarían a un lector o votante adicional, con independencia de que conozca su idioma. Además de que nadie ha leído un ensayo de cabo a rabo en toda la historia de la Humanidad.

A modo de consolación, los presidentes se refugiarán en que ellos fueron votados por millones de personas, que jamás depositarían en una urna la papeleta con el nombre de Belén Esteban. En efecto, y tal vez se deba a que la función política ha sido degradada por sus practicantes, por lo que los votantes reservan a la princesa del pueblo para misiones más sublimes, tales que el enriquecimiento espiritual que sin duda aportan sus reflexiones. Se niegan a rebajarla a la condición de cartel electoral, con la única función en caso de triunfo de postrarse ante la gran banca. Y así se llega, sin más que ampliar ligeramente el foco, al meollo de la diferencia abismal de ventas. Una mujer elegida entre múltiples medios derrota a unos gobernantes elegidos porque no queda otro remedio. Sustentan su inevitabilidad en el bipartidismo español, aunque su nombre más correcto sería bifosilismo, en aplicación del término acuñado en Antifragilidad por Nassim Nicholas Taleb para definir su correlato estadounidense. ¿Cómo se las apañarán los historiadores del futuro para explicar a Elena Valenciano o Carlos Floriano?