Este año de 2014 la Compañía de Jesús celebrará, con más que probable participación del Papa Francisco, el bicentenario de su restauración, acaecida el siete de julio de 1814, casi 40 años después de que el Papa Clemente XIV, franciscano, antiguo discípulo de los jesuitas, pero poco amigo de estos, decretase la supresión de la Orden fundada por San Ignacio de Loyola. A Clemente XIV le habían puesto en bandeja dicha supresión los principales monarcas católicos de la época, por ejemplo, Carlos III, que en 1766 había expulsado a los jesuitas de España; o Luis XV de Francia, que había hecho lo propio en 1762, o el rey de Portugal, de donde habían sido expulsados en 1759.

Varias eran las causas de aquellas sucesivas expulsiones y de la supresión definitiva de 1773, pero es seguro que el motivo común a todas ellas era la alta influencia educativa y política de los jesuitas. Una obra de José Lozano Navarro, La Compañía de Jesús y el poder en la España de los Austrias, recoge precisamente cómo varios jesuitas lograron vencer las reticencias sobre su Orden e involucrarse de lleno en la corte de Felipe III y en la de Felipe IV. A continuación, el jesuita Juan Everardo Nithard fue confesor de la reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV y madre de Carlos II, y como valido ejerció un poder ciertamente real. Junto a Jerónimos y Dominicos, los jesuitas fueron asimismo confesores de los primeros borbones, Felipe V y Fernando VI, hasta que en 1755 cae el jesuitófilo Marqués de la Ensenada y los hijos de San Ignacio son apartados del poder. A partir de entonces, pasan de un papel preponderante al de sospechosos habituales de cualquier conspiración cortesana.

La dirección espiritual de las conciencias de los más elevados personajes de la monarquía era el mecanismo de influencia, a veces con santas intenciones para la salvación de las almas; otras, con la idea de favorecer las simpatías hacia los jesuitas y sus obras apostólicas y educativas, y, finalmente, con la de inclinar o precaver voluntades con respecto a las políticas internacionales del Vaticano.

Como si fuera un eco de antaño, el periodista Manuel Cerdán acaba de señalar al sacerdote Silverio Nieto Núñez, de 66 años y director del Servicio Jurídico Civil de la Conferencia Episcopal Española (CEE), como «confesor áulico», de palacio, del ministro del Interior del PP, Jorge Fernández Díaz, convencido católico desde que su particular camino de Damasco fue en realidad un viaje a Las Vegas en el que vio la luz, y no precisamente la de los neones.

Silverio Nieto (Almendralejo, Badajoz, 1947), es vocación sacerdotal tardía, pues se ordenó ya pasados los cincuenta años, en 1991. Antes había sido marino mercante, miembro del Cuerpo General de Policía (subinspector de información al final del franquismo), y juez. Siendo magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, estudió asimismo Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid), de los jesuitas, donde después fue profesor de Derecho Eclesiástico del Estado. En la misma faceta docente, ha colaborado con la Facultad San Dámaso de Madrid (auspiciada en su momento por el cardenal Rouco Varela), y, de modo más significativo, con la Universidad Católica San Antonio de Murcia, entidad educativa inspirada por el Camino Neocatecumenal de Kiko Argüello. Dicho centro universitario, del que algunos dicen que Silverio Nieto ha llegado a ser su «alma», es uno de los puntos de encuentro entre este sacerdote y el cardenal Cañizares, eclesiástico que tutela con especial esmero la Universidad neocatecumenal. En efecto, en la Conferencia Episcopal consideran a Nieto persona muy cercana a Cañizares, cuyo nombre suena intensamente para retornar de la Santa Sede a España como arzobispo de Madrid, aunque no pocos ven dificultades para dicho nombramiento y hasta el momento el Papa Francisco no ha realizado movimientos en ese sentido.

Aparte de ello, existe, no obstante, un «estilo Cañizares» de amplia relación con miembros del Partido Popular, un hecho que el cardenal practicaba con asiduidad siendo titular de Toledo, mediante constantes visitas a la capital que llegaron a molestar al cardenal Rouco. Pero, a la vez, Cañizares también mantenía, y mantiene, lazos con el Partido Socialista y es esta doble vinculación la que algunos invocan para suceder a Rouco, más resbaladizo para los políticos.

En cualquier caso, Silverio Nieto es en estos momentos el hombre de Cañizares en la CEE, entidad a la que llega en 2006 como director jurídico. Es frecuente que a los empleados de la CEE se les denomine «fontaneros», en alusión a que generalmente tratan de desatascar problemas de la Iglesia Española y de sus diócesis. Y al «fontanero» Nieto le atribuye Cerdán ser el enlace con el Vaticano, incluso en servicios de información sensible y de seguridad, una labor que, no obstante, está encomendada a las nunciaturas en su relación directa con la Secretaria de Estado de la Santa Sede.

Hombre discreto y eficaz en su segundo plano, lo único que le separa de ser obispo es su edad (66 años sólo permiten 9 de servicio hasta la jubilación episcopal, a los 75), y que en el presente el Papa Francisco ha dado orden a las instancias correspondientes de que se busque ante todo el perfil pastoral de los candidatos.

Cerdán atribuye además a Nieto que, dados sus conocimientos, de hace 40 años, del Cuerpo Nacional de Policía, ha influido en ciertos nombramientos de comisarios generales vinculados al Opus Dei, entidad religiosa de la que el ministro Fernández Díaz es supernumerario (miembro casado). Por lo general, los miembros del Opus Dei escogen a sus confesores y directores espirituales entre los sacerdotes de la Obra, pero Fernández Díaz puede haber optado por una excepción. No obstante, su condición de ferviente y practicante católico evitará a quienquiera que sea su confesor tragos tan amargos como los de San Antonio María Claret en sus años de director espiritual de Isabel II. Porque aquellos tiempos de los confesores siempre acabaron mal para estos.