Es demasiado larga la cadena de presunciones de inocencia que une el dinero de administraciones públicas con su refugio en paraísos fiscales y que tiene de eslabones al marido de la infanta Cristina y a su socio. En algunas de esas sociedades, la hija menor del rey tiene voz y voto y, en todas, gananciales. La infanta no debería haber bajado la guardia en que el marido de la hija del Rey no sólo tiene que serlo, tiene que parecerlo. Hay que decir que a algunas empresas grandes y a algunas administraciones propensas a la corrupción les pareció que Urdangarín era el marido de la hija del Rey.

La inocencia te puede hacer confiar en que el dinero llega en grandes sumas a cambio de trabajos consistentes en no trabajar pero no puede aparentar todas las condiciones de inocencia posibles para traicionarlas. Aquí se utilizó una organización no gubernamental (solidaria) con nombre de Fundación (noble) que recurre al Deporte (sano) y la Cultura (salvadora) para la integración social (deseable) de niños (protección) con minusvalías (protección especial). Al escudo fiscal le pones parapeto social con niños ciegos como rehenes y eres invulnerable. De las cantidades que suman, los lugares a los que se evaden, los gastos que facilitan y las inversiones que promueven, todo de género suntuoso, no hace falta hablar porque el contraste con la realidad común de la España media actual produce demagogia visual.

El Estado parece no sentirse perjudicado. Ni su abogacía, ni su fiscalía sientan que haya intereses públicos que defender. Un yerno no es una hija, una infanta no es un rey: si no, consulta la página virtual de la Casa Real en Internet. Ahora mismo, las cabezas más caras del país están pensando en una solución de impunidad o en minimizar daños. Seguro que lo pueden conseguir. Otra vez. En este relato nacional tan bien urdido es muy difícil ver piezas separadas.