Es fácil darle la razón a Rosario Porto, madre de la desdichada Asunta, cuando le dice a su marido que no es igual matar insectos a cojinazos que andar ahogando gente con cojines. La cacería de insectos en la casa es deporte poco reconocido, pero liquidar a un mosquito sin manchar la pared requiere tanto talento y sangre fría como cargarse a un elefante en Botswana. El problema es el precio. Como lo primero sale gratis, no se le da valor. Luego está el tamaño, que siempre importa. Un aguijón de mosquito nunca será lo mismo que unos colmillos de elefante, cara a las fotos y al salón. La cinegética del mosquito es sutil, la espera del intruso en el dormitorio puede durar horas, y el arte de matarlo sin despertar a la pareja (del cazador) es delicado. Y, desde luego, de esta práctica no cabe colegir instinto asesino alguno del practicante, como oportunamente ha recordado Rosario Porto.