Señores y señoras corruptos, nuestra capacidad de atención tiene unos límites. No podemos seguir el caso Blesa a la vez que el de la infanta Cristina, el de Iñaki Urdangarín o el de Jaume Matas, por citar apenas tres o cuatro de los grandes. Solo la lectura de los doscientos y pico folios del juez Castro nos dejan exhaustos física y moralmente. Se pregunta uno, después de tragarse el novelón, dónde residen las dudas del fiscal, dónde las de los abogados de la infanta, dónde las de los editorialistas que dudan sobre el caso. Servidor de ustedes trabaja en casa, pero nunca se le ha ocurrido alquilarse, como la hija del Rey, a sí mismo su cocina. Tengo un asesor fiscal que tampoco me lo habría permitido. Ser casero de uno mismo suena un poco estrambótico. Tampoco hace falta tener estudios para comprender que no puedes andar jugando por ahí con una tarjeta de crédito perteneciente a una empresa cuyo objetivo fundacional es la defraudación pura y dura. Para defraudar como Dios manda tiene uno que cubrirse un poco las espaldas. Tony Soprano, por ejemplo, se dedicaba a la «gestión de residuos». Tú dices que te dedicas a la gestión de residuos y no te comprometes a nada. Incluso está bien visto. Una de las mayores empresas de este país se dedica a la recogida de basuras. Significa que el auto del juez Castro es una novela de terror porque te habla de personas que vivían con una sensación de impunidad incomprensible para la clase media.

-Cariño, voy a defraudar un poco esta tarde.

-Defrauda lo que quieras, corazón, para eso hemos montado la empresa. ¿Quién va a atreverse a investigar a la hija del Rey?

Señoras corruptas y señores corruptos, no nos dan tregua ustedes. En Valencia tenemos más imputados que gusanos en un queso de Roquefort. Es imposible andar leyendo todo el día autos, aunque tengan una prosa tan precisa como la de Castro. Podrían haberse haberse corrompido de forma sucesiva y no de esta manera, todos al mismo tiempo, porque nuestra capacidad de concentración, ya digo, es limitada.