Sí, amigos, como decía mi suegro: «Siempre que ha llovido, ha escampado». En efecto, lo que nos parecía imposible que ocurriera, «ver el final de tantas fiestas», ha llegado y lo que es mejor, sin demasiados trastos rotos. Lo que ocurre es que cuando estamos dentro de la tolvanera, tenemos la sensación de que no vamos a volver, nunca más, a la paz que teníamos veinte días antes, que puestos a ser sinceros, tampoco era el Paraíso.

Y ahora llaman a rebato: ya están ante nuestros ojos las rebajas de enero. ¡Y yo que he prometido no hacer gastos innecesarios para ponerme a bien con el Sr. Montoro! Claro que ¿para qué están las promesas? ¡Para incumplirlas, oiga! Como manda la Constitución Española. ¿Que la Carta Magna no habla de promesas? Pues debería, oiga.

Me han dicho que cerca de casa hay una boutique que tiene unos trajes monísimos y muy baratos, pero me he prometido que no voy a hacer gastos innecesarios porque hay que ahorrar-ja ja- para tener fondos para tiempos de escasez. Han de saber que jamás cumplo mis promesas, aunque lo intento, de verdad, pero la culpa de estos incumplimientos la tiene mi memoria, que es mala y olvidadiza.

De momento, permanezco en casa escribiendo a ratos, otros busco, sin éxito alguno, la última la novela histórica que terminé hace un par de años y que se me ha extraviado. Pero, para estos percances, sigo los consejos de mi padrino: «Déjalo para mañana, nena, todos tenemos necesidad de un rato de libertad». Si la encuentro, va derecha a la editorial para que ustedes tengan la oportunidad de conocer el devenir de una comadrona que llegó a ser muy amiga de Abd al Rahman III.