­­­Hace unos días un tweet lo dejaba bien claro (y no me refiero al del Ministerio del Interior, que al mejor estilo Mortadelo y Filemón, hace pública una operación antiterrorista antes de iniciarla); «que poco librepensador, no alienado y crítico por el interés general, existe en este país. Esta muerto». Hace bien poco la pluma de esta casa, la de José María de Loma, lo dejaba bien claro en relación a Málaga, «como falta espíritu crítico, más allá de dos o tres outsiders». O por decirlo con palabras de Don Pedro Mourlane, ¿dónde están los que piensan cuando otros pasan de largo? Gentes que se dedican en buena medida al arriesgado «arte de repensar los lugares comunes» y a denunciar que nos dan gato por liebre, o que esto u aquello sencillamente no es verdad, o que simplemente es necesario mejorar en un país donde el desempleo actúa como el principal aliado de la desigualdad. Históricamente nuestro país y nuestra ciudad han dado mucho juego para ello. Hay siempre tanto que denunciar con espíritu crítico... Todos estos librepensadores siempre han solido compartir tres cosas; una decidida personalidad, su intolerancia a la afectación y algo clave, que ya el joven Adso, en la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa, descubrió en aquella metáfora de ese negro medievo; el humor: Decía Ortega, a quien el cielo dio otros muchos pero no precisamente el don de la llaneza ni el del humor, que la claridad era la cortesía del filósofo. Claridad. Luz tan necesaria en unos tiempos de barrocos subterfugios y «fiscales de oficio». Antídotos a una realidad actual de demasiada trampa y cartón y un 60% de paro juvenil. Eficaz triaca contra la melancolía. Atajos hacia la verdad, que cada vez más son difíciles de escuchar entre el ruido y la prisa. Lo decía Gracián: «La queja trae descrédito». Bertrand Russell y Noam Chomsky conformaron, desde los años 60, un triunvirato de abanderados de la ética que, como una conciencia de la sociedad global, se pronunciaba y actuaba en defensa de la causa de los pobres y de los excluidos del sistema mundial. Quizás no haya que irse tan lejos para explicarle a los ciudadanos de Huelin o El Palo esto u aquello sobre su futuro laboral y el de sus hijos, la subida de la luz, el agua, el cómo va hacer para pagar la hipoteca o la importancia de la educación para el futuro. Y ese mismo espíritu lleva a muchos países de nuestro entorno a que sus sociedades valoren a esos librepensadores. Por estos lares, ya lo decía Larra, «escribir en España, es llorar». La frase deja bien claro el atajo hacia la verdad. La cuestión es que en estos países se valora a estos hombres y mujeres que «alumbran con faros de luces largas». Y así nos vamos a esta España y a esta Málaga de bomba de mecha. Donde cada día se entierra y se olvida lo dicho el día anterior, y del «donde dije digo, digo Diego». De ahí la importancia de valorar los «tono Baroja, Savater o Ferlosio», para así dejarles bien claras las «verdades al poder». En Málaga y ahora que las firmas de prestigio dentro del columnismo español participan en las jornadas sobre este género periodístico que se han celebrado este jueves y viernes, en el Rectorado de la Universidad de Málaga (UMA), existe esa necesidad para los ciudadanos de mejorar. Organizadas por la Fundación Manuel Alcántara y la institución académica, es necesario que encuentren lugar estas voces y estos tonos. La esperanza es que, en treinta años de democracia (y no es que la democracia española sea excesivamente democrática), algo hayamos aprendido, y a lo mejor no acabamos «a tiros», aunque la dirección que llevamos, a veces nos haga pensar que va a acabar así. Será cuestión de inercia histórica, ya que tal como ha indicado el organizador de las jornadas en la UMA, Teodoro León Gross, «la falta de libertad para informar es una de las razones por las que el periodismo tendió hacia la opinión y la literatura». 30 años de democracia también han dado lugar para abrir muchos ojos. En definitiva, y de cara al futuro, como resumía Kavafis evocando el pasado (que siempre está a la vanguardia); «Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca pide que tu camino sea largo; rico en experiencia, en conocimiento», en retos y en luchas por las verdades. Son cosas que nunca han pasado de moda, porque a la verdad siempre le ha gustado ir desnuda. El combate contra los cíclopes y los lestrigones, las opacidades y las medias verdades; ojalá no tenga razón el bueno de Sastre «como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad». Ojalá la voz de los librepensadores puedan aún cambiar y hacer mejorar, como decía Loma, nuestras ciudades, nuestras personas. Ojalá no sea cuestión de desencanto.

*Javier Noriega es presidente de la Asociación de Jóvenes Empresarios (AJE) de Málaga