Sigue siendo el primero en la clasificación popular de interés social, pero sus seis millones de víctimas no han conseguido que la unión haga la fuerza. No hay forma de unir a los desempleados. Se ven y se saludan en las atiborradas oficinas del INEM, pero muchas veces parece que es que les da vergüenza reconocerse como gente sin trabajo. Es como si no tener un puesto laboral significara una humillación de ignorancia, de falta de conocimientos, de escasa preparación. Y sin embargo, hay más «enchufados» sin puta idea, que obreros cualificados rascándose la barriga. La distorsión producida por el terremoto de los despidos masivos, los Eres, los atropellos de las reconversiones, los abusos de la empresa pública, ha desbaratado un sistema que, más o menos funcionaba y con el que, más o menos, vivíamos los españoles sin tener que mendigar un plato de garbanzos en los comedores sociales o hurtarlo, en una lucha cuerpo a cuerpo, en los contenedores de basuras. El paro parece importar sólo relativamente aunque nos afecte, de una forma o de otra, a todos, a los pocos que tienen la suerte de estar ocupados y a los se patean la calle y gastan los teclados presentando historiales profesionales.

Si estuviéramos un poco más unidos, posiblemente el gobierno nos haría caso en algunas de nuestras protestas. Pero no es así. Los estudiantes, profesores y padres de alumnos, atacan por un flanco. Y ahí los espera Ignacio Wert, con su faz pétrea, disparándoles desde el hemiciclo con ira y sin compasión. Los sanitarios, valientes donde los haya, le plantan cara a Ana Mato, que se muestra indiferente ante el drama que está provocando con su política destructiva de un bien que tardamos treinta años en alcanzar. Hay que privatizar a toda costa. España, según el gobierno, tiene que ser un cortijito particular de los cuatro ricachones -bueno, ahora son ya 18000 los nuevos millonarios- que gestionan y disfrutan los dineros en todas sus formas: mercados, acciones, fondos de prensiones€ el dinero, en fin, de todos nosotros, manejados a discreción por una serie de corruptos que rigen los bancos, que, a su vez, especulan con los ahorrillos que fuimos generando durante varias décadas. Otros ministros nos irritan con la ley de Seguridad, que tiene como misión inocular los virus del miedo y el terror en el humilde ciudadano que camina por la acera sin pensar que un vigilante indocumentado le va a dar un mamporro y lo va a tirar al suelo, sin haber hecho nada.

Y Justicia. ¿Le llamamos a esto Justicia?, el lugar donde se cobijará la nueva ley de aborto que promociona el político más cambiante y preocupante del gobierno: Gallardón, creador de un nuevo y terrorífico mecanismo sicológico para maltratar a las mujeres libres.

Si estos ministros dedicaran sus pésimas gestionas en la generación de nuevas ideas, y decantaran sus presupuestos en el desarrollo de empresas y emprendedores, es posible que la actividad económica del país creciera, en lugar de provocar más paro. Pero no es así. Parece que se han puesto de acuerdo para que cada uno tire por su lado. El primero de todos, el presidente, que alienta el espíritu del éxodo entre sus colaboradores. Las últimas encuestas dicen que el paro es la primera preocupación de los españoles. Y la corrupción, la segunda, aunque ésta avanza seis puntos. Pero los hechos evidencian cosa distinta. La corrupción de Madrid está ahí, con un solo culpable en la cárcel, enfermo y proclamando su desvalidez. Es uno de nuestros parados favoritos. Realmente, el paro no es lo que importa. Importas tú. La frase me gustó y por eso la he colocado aquí.

Insisto en que deberíamos unirnos, los parados, y decirles a los que mandan que nos arreglen las cosas o que se vayan a sus casas, quiero decir, a sus mansiones.

*Rafael de Loma es periodista y escritor

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