Las primeras semanas del año tienen para mucha gente un peligroso cariz reflexivo. Me topo con alguien que suele mostrarse exultante, pero al que veo frenado en su entusiasmo, como trabado en alguna ciénaga mental. Le deseo feliz año, le pregunto qué tal va todo y de buenas a primeras suelta: ¿qué puedo decirte?, he caído en la cuenta de que me he convertido en una costumbre para mi mismo. Tardo un poco en reaccionar, y al fin le pregunto si eso es malo. Me mira con ojos apagados y dice: eso es lo peor, ni bueno ni malo. Me doy cuenta de que ha caído en el típico agujero pringoso de enero, un tiempo en el que la luz aún no se nota crecer, y el ciclo parece detenido. Entonces se me ocurre decirle, sentencioso, que si se ve como costumbre es que se ve desde fuera, y ese es el principio de la sabiduría. Peor me lo pones, dice, dándome un golpecito en el brazo, antes de seguir su camino.