Leo - y me entristece- la noticia de que otro investigador dimite del instituto que dirigía, desanimado por la falta de apoyos políticos y financieros. Se trata esta vez de Juan Carlos Izpisúa, del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona, una disciplina en la que España ha conseguido situarse en posiciones de vanguardia.

El País, diario donde veo la noticia, cita a fuentes de la comunidad científica catalana que culpan de lo ocurrido a «los recortes, la mediocridad política y la falta de sintonía con Madrid». Parece que tanto Madrid como Barcelona se lavan las manos.

Izpisúa, dice la información, se lleva consigo dieciocho de los veintiún proyectos que se estaban desarrollando en el centro porque tiene sobre ellos derechos de propiedad intelectual.

No es el primer caso, aunque sea uno de los más sonados. En los últimos tiempos hemos leído y oído de otros científicos españoles de distintas disciplinas, desde la física o la química hasta la astronomía, que han decidido hacer las maletas, desesperados por la falta de apoyo oficial o incluso privado.

Y algunos han sido inmediatamente contratados por prestigiosas universidades o institutos extranjeros. No estamos precisamente tan sobrados de premios Nobel como para permitirnos esa sangría científica.

La fuga de cerebros ha dejado de ser una realidad sólo del llamado Tercer Mundo para convertirse también en el pan nuestro de cada día.

Pocos países habían dado en sólo unas décadas un salto tan importante y merecedor de elogio en el mundo de la investigación y de la ciencia como el nuestro. Sobre todo si se tiene en cuenta de dónde partíamos. Y lo estamos echando ahora todo a perder.

Un país que no investiga es un país que no crece intelectual y económicamente, que se resigna a convertirse en un país de servicios: de camareros, de animadores y de guías turísticos.

Uno ve por las calles céntricas de la capital a muchos jóvenes de ambos sexos con aspecto de listos y despiertos, pero cuyo único trabajo parece ser intentar captar a nuevos socios para onegés. Algo loable, pero que seguramente es lo único que han encontrado tal y como están las cosas.

Y en la radio se escuchan anuncios de cursos de formación para cosas tan absurdas y que parece que suenan tan bien en inglés como personal shopper, que es al parecer «asesor de imagen personal». ¡Ahí es nada!

Puede jactarse nuestro Gobierno de que la macroeconomía comienza a ir viento en popa. Puede intentar vender fuera el país con el argumento de que volvemos a ser competitivos.

¿Competitivos por qué? ¿Porque incorporamos valor añadido a nuestros productos gracias a la investigación y el desarrollo propios? ¿O porque abaratamos nuestros salarios para aproximarlos a los de los países emergentes?

Esto no ha hecho nada más que empezar, pero, de seguir por esta senda, dentro de poco la distancia que nos va a separar de los países del Norte de Europa va a ser difícilmente salvable.

«Que inventen ellos», decía nuestro atormentado filósofo. «Que investiguen ellos», parece ser la nueva consigna.