Parece extemporáneo hablar de aguinaldos pasadas ya las fiestas navideñas; pero aquel al que voy a referirme requiere contar antes hasta cien. O mejor hasta novecientos mil.

No escrutaré si, con la proliferación inflacionista de universidades que hay en España, y el sinnúmero de egresados de ellas en paro, se ha leído ya alguna tesis sobre el origen y devenir del aguinaldo. Por lo que diré que en mis vivencias, aguinaldo era una propina más o menos generosa, que se le daba por la época navideña a quien prestaba un buen servicio en el barrio o traía regularmente algún producto a casa, siempre de buen talante.

Una costumbre con la que se camuflaba la pobreza de la posguerra civil española: tanto se le daba aguinaldo al basurero como al cartero, más tardíamente al repartidor de butano, al barrendero o al sereno; figura esta última desaparecida no se bien por qué, dado que no ha tenido sustituto y prestaba un buen servicio. Era una especie de gratificación peculiar con la que se les premiaba su buen hacer durante todo el año.

La costumbre se ha perdido, y su desaparición coincidió en el tiempo con el desarrollo económico, cuando el nivel de vida de todas las clases sociales se iba elevando, tanto por el incremento de los sueldos como por la posibilidad de adquirir unos bienes otrora inexistentes o inasequibles. Únicamente, de forma residual, el aguinaldo permanece en forma de propina, y por ello como complemento a cada servicio singularmente prestado, entre los camareros, taxistas y los empleados de los casinos, que recuerde.

Incluso a veces era un complemento legalizado del sueldo, como sucedía antes en Francia (le service n´est pas compris) y ocurre aún en los Estados Unidos, donde la exigencia es del 10 al 15%. Curioso, pues siempre me pregunté por qué el dinero del bote, como donación que es, no está sometido a impuestos. Para los japoneses, con su exquisita cultura, la propina equivale a una ofensa. Nadie las acepta ni, menos aún, las exige. En esto y en muchas otras cosas tendríamos que mirarnos en su espejo, y no solo en la pasajera moda de comer pescado estilo sushi o verduras en tempura. Costumbre esta última, por cierto, llevada al Japón por los misioneros jesuitas. Una comida de ida y vuelta, como algunos cantes flamencos.

Nosotros hoy en día, como integrantes del primer mundo, no damos sobresueldos de pobres. Un sistema de salvaguarda de los derechos laborales -se está demostrando que sobreprotector, por las consecuencias sobre nuestra economía- junto a una dignificación del trabajo han proscrito los aguinaldos, porque para eso están los convenios laborales que regulan todo. Hasta lo que se me antoja contrario si no a ley, al menos al pensamiento social actual, como son los derechos a transmitir por herencia el puesto de trabajo que, según leo, es lo que sucede en la empresa de limpiezas de Málaga capital.

Limasa: una empresa pseudomunicipal, ya que el capital privado es mayoritario, que gestiona la limpieza urbana y periurbana, lo que afecta a la salud y el medio ambiente, ambos derechos constitucionales. Una empresa que funciona bien hasta que, valga la perogrullada, deja de hacerlo. Lo que ocurre cuando los trabajadores deciden ponerse en huelga, que es otro derecho constitucional, pero a cuya regulación ningún Gobierno de la nación ha querido hincarle el diente desde su legalización allá por 1978.

Por eso, quienes han convocado la última huelga de esta empresa no han dudado en hacerlo cuando mayor era el escarnio que podía infligirse a los malagueños, pues de todos nosotros se han burlado. ¿O puede entenderse de otra manera dejar de trabajar en el periodo navideño, cuando más basura se acumula, sabiendo que eso perjudica a muchos comerciantes y arruina la imagen de la ciudad antes los visitantes, pudiendo hacerlo en cualquier otra época del año? ¿Cómo no considerarnos burlados cuando, según dicen los medios, empresa y trabajadores alcanzan un acuerdo por el que no solo no se bajan los salarios como todos los empleados, sino que recuperan salarialmente los días de huelga, o sea, obtienen unas vacaciones extras pagadas? He leído que esto nos ha costado a los malagueños novecientos mil euros, ya que ni los trabajadores ni el capital privado empresarial asumen esa pérdida. Porca miseria.

Hemos entregado un aguinaldo de casi un millón de euros ¿a cambio de qué? De una tregua a corto plazo, no de una paz duradera. Es ahora, antes de que se acerque el término del alto al fuego, cuando tendrían que sentarse las partes a negociar un armisticio final. El precio del aguinaldo bien lo vale.