Messi estuvo a punto de que se me saltaran las lágrimas con algunos de sus goles. Han sido momentos de gloria excelsa que han quedado grabados, a fuego y oro, en el pequeño cofre donde guardo las perlas y los diamantes de toda una vida de buen fútbol. Y no sólo son sus goles imposibles, sus piruetas de malabarista, sus pases de tiralíneas. Es también la calidad humana demostrada, su humildad en los terrenos, su modestia ante la victoria, la que me ha mostrado un auténtico deportista que puede aspirar, con todo merecimiento, a la excelencia en el competitivo mundo del balón redondo.

Messi ha sido el no va más. Y probablemente volverá a serlo. Esta año estaba de Dios que no podía llevarse el Balón de Oro. Dos o tres meses en el dique seco se lo impidieron, en tanto una campaña bestial alimentaba en todo el mundo la figura de Cristiano, al que apoyaron en la entrega hasta los recogepelotas de Valdebebas. Sin embargo, conociendo el espíritu competidor de Leo sabemos que no se conformará con los cuatro Balones de Oro que adornan las paredes de su casa. Seguirá teniendo sed de triunfos, de balones, de botas, de títulos. Pero tendrá que no equivocarse tomando el camino erróneo de las patochadas de las modas.

Nunca pensé que el austero Messi, esta vez perdedor, iba a vestirse de mono de colorines para asistir a la gala futbolística. Ya, en otra gala anterior, se puso un extraño traje moteado que llamó la atención del mundo balompédico, y del otro. Pero ya, lo de este año, pareciera una declaración de intenciones. Seguramente Messi quiere decirnos que los árbitros de la moda deben ser los grandes futbolistas, no los grandes actores, no los grandes personajes. Quienes dicten los nuevos gustos de la alta costura masculina deben ser el propio Messi, que parece haberse soltado el pelo tras tantos años de austeridad, y Ronaldo que hace tiempo se lo soltó.

A mí el que me gusta, el que me ha gustado siempre, es el Messi de los goles interestelares, el que tras marcar un gol antológico, agacha la cabeza y luego la eleva al cielo, brindando con respeto y cariño a quien le enseñó que lo más rentable de la vida es ser bueno con todo el mundo, en todos los sentidos, en todas las circunstancias.

El gusanillo de las vanidades puede convertir a una persona elegante en una persona ridícula. Messi intentó neutralizar, vistiéndose de mono de colorines, el hecho de no ganar el Balón de Oro. No neutralizó nada. Para mí, su extravagancia lo puso al borde de la risa general. Dicen que es el mundo de la moda el que irrumpe en el mundo del fútbol del glamour para instalar sus negocios en las galas y en los acontecimientos que adornan el deporte con más aficionados. Allá donde suena el dinero están los grandes para recogerlo. No parece que a Messi le haga mucha falta vestir de adefesio para ganar dinero. Con su juego primoroso, la belleza de su fútbol y la eficacia goleadora de sus piernas, no tendría Messi que vestirse de payaso en ninguna gala. Me gusta verlo de azulgrana. Sólo de azulgrana.