Sí, vecinos, la vida sigue casi igual que no es poco. No hace muchas semanas, mientras paseaba por mi barrio, tuve un fortuito encuentro con una antigua amiga: «Hola Paula ¡Cuántos años hace que no nos veíamos! No has cambiado nada, chiquilla». «Yo también me alegro de verte, Rosa, pero no te puedo dar la razón. ¿Tan ciega estás que no ves en lo que me he convertido, amiga?» «Claro que lo veo, Paula. Ahora eres una setentona que lleva muy requetebién sus años. No eres la niña más linda del barrio, como fuiste antaño, pero ni falta que te hace. Esas tontunas valen en las primeras décadas, después tenemos otros valores que cuantificar».

«Te veo mejor que nunca, más templada, más armoniosa, más elegante. No todas las de nuestra edad pueden estar como tú. No tienes la figura que tenías con veinte años, cierto, resultaría ridículo, pero eres admirada por tu magnífico puesto de trabajo, por tu bonita familia, por tu preciosa casa en el monte». «Gracias por tus palabras, amiga -contestó- no me puedo quejar de mi suerte, aunque, a veces, no puedo evitar mirarme al espejo». «Yo también me miraba, ahora no lo hago con frecuencia porque, una vez que me estaba dando una ojeada en él me pareció que éste me hacía pedorretas. Te juro que yo las oí y no había nadie en casa. Salí corriendo y desde entonces no lo limpio y no lo rompo porque dicen que eso trae un calino horrible». Quedamos en ir a las rebajas juntas y fuimos. No compramos nada porque, aunque nos probamos treinta trajes, ninguno se acomodaba a nuestros perfectos cuerpos. ¡Estos modistos!

Este año, a pesar de que la economía no está tan boyante como nos dice nuestro ministro de Hacienda, al menos tenemos suficiente lluvia para quitarnos los sofocones que nos da. Algo es algo. Es mucho mejor para los nervios imaginarse que brilla el sol. Que sí, oiga.