­­­El pasado 14 de diciembre este periódico tuvo la amabilidad de publicar un artículo de un servidor de ustedes titulado Marbella irredenta. He utilizado durante los últimos años con cierta frecuencia este concepto de una Marbella en espera de su redención, después del cierre en falso de los ruinosos atropellos y los horrores urbanísticos que nos dejó la satrapía en la que Gil quiso convertir esta hermosa ciudad andaluza. El artículo llamó la atención de un estupendo grupo de jóvenes marbellíes, expertos y ejemplares navegantes por las redes sociales, muy activas en aquellos momentos. Se lo agradezco a todos ellos.

Una semana antes había regresado a mi pueblo, Marbella, después de una estancia relativamente larga en uno de los países más prósperos, honestos y civilizados del planeta. Uno de los afortunados lugares que se rigen por los preceptos del maestro Jürgen Habermas: verdad y rectitud. Así lo contaba en mi artículo. También relataba el clima que me encontré en Marbella de intensa preocupación social. Recuerdo mi incredulidad al tropezarme con una situación de vuelta atrás en el túnel del tiempo. Nuestra máxima autoridad municipal llamaba demagogos e ignorantes a los que rechazaban unos monstruosos rascacielos que el gobierno local marbellí había autorizado en un surrealista Pleno con los votos de los concejales del PP. Lanzando así, por su cuenta y riesgo, una andanada del máximo calibre a la línea de flotación de uno de los mejores destinos turísticos del mundo.

La verdad es que hemos estado al borde del abismo. Y creo que no exagero. Se ha dicho esto en la ciudad. Y se ha dicho también en otros lugares, más allá de nuestras fronteras. Nos ha salvado del desastre la reacción de la inmensa mayoría de los ciudadanos, en defensa de un patrimonio turístico, paisajístico y cultural único en España. Donde Marbella representa, casi en solitario, los valores de excelencia turística, muy dañados por la destrucción, en el marco de una orgía de corrupción institucional, de los mejores activos turísticos de las costas españolas. El resto de la historia ya lo conocen ustedes. El viernes 10 de enero, el equipo de gobierno, presionado por el clamor popular y los partidos de la oposición, desactivó esa amenaza que comprometía el futuro de la Marbella turística, tal como la hemos conocido durante más de medio siglo. Dios sea loado.

Por todo ello estreno hoy en este artículo una nueva invocación a Marbella. Ahora esa ciudad que fue redimida y salvada por la sensatez y el valor cívico de sus habitantes. Marbella redimida, nada más y nada menos. A pesar del entorno de un país desquiciado. En el artículo que he mencionado al principio, sobre la Marbella entonces irredenta, citaba a un personaje del escritor norteamericano Ernest Hemingway. Se preguntaba Robert Jordan si habría muchos pueblos tratados tan injustamente por sus dirigentes como lo era el español. Por eso, al llegar a este último párrafo he creído prudente añadir unos signos de interrogación y de cautela a esta nueva Marbella redimida. A la que felicitamos con un inmenso afecto, admiración y respeto y a la que deseamos hoy todo lo mejor.