Saben ustedes que aquí hemos hablado varias veces sobre los recortes, su pertinencia y la importancia de no confundirlos con reformas, como parece ocurrir en este Gobierno una y otra vez. Hay sectores de la vida nacional en los que sencillamente es una canallada recortar: educación, sanidad o dependencia son algunas de esas áreas en las que es fácil meter la tijera, ideológica, por supuesto, y luego entonar el mantra de que el estado del bienestar necesita reformas y no podemos pagar lo que no se puede mantener. Por tanto, esos servicios han de ser más baratos. Estoy a favor de su racionalización, no de los recortes. Eso sí, los políticos, tras cinco años y medio de crisis, no han asumido ni una sola de las penalidades que preconizan con tanta rapidez para la población. Hablan de un plan para racionalizar la administración pública, pero lo que le hace falta a ese elefantiásico aparato estatal es un adelgazamiento a lo bestia. Por ejemplo, habría que cerrar todas las empresas públicas que sólo sirven para los enchufados -hay tantas- y abolir, directamente, las instituciones ineficaces que hoy no tienen razón de ser. Verbigracia: las diputaciones. Una institución prefranquista que sólo sirve para arracimar en torno a su ubre asesores y cargos de confianza. Se trata de una administración pública suprimible una vez que las comunidades autónomas existen y pueden desarrollar esas competencias con eficacia. Lo mismo ocurre con muchos ayuntamientos o con las mancomunidades, por ejemplo. Eso sí que no lo podemos pagar, pero como se trata de las ramas del árbol a la que se agarran nuestros políticos, pues ahí no se toca. No se puede ahorrar, ni recortar, por tanto, en Justicia. Se trata de un servicio público que hay que gestionar con racionalidad y eficiencia. Y ahí va bien orientada la reforma de la oficina judicial de la Junta. Necesitamos más jueces y fiscales. En los juzgados de Primera Instancia y Mercantiles de la provincia hay retenidos miles de millones de euros dispuestos a regar nuestro moribundo sistema económico con sólo una decisión judicial. Pero es más fácil tener a los jueces ocupados en otras cosas que peinando contabilidades de partidos políticos y esas cosas, que luego te sale una Alaya o un Ruz y dan demasiados dolores de cabeza.

Los ciudadanos han soportado los recortes con entereza, con la dignidad habitual de este pueblo cuyo único horizonte está en sobrevivir y trabajar. Se fueron los años felices para la mayoría y continúan para unos pocos: los políticos y los directivos, cuyos sueldos suben pese a que la clase media se ahoga en la carestía.