Negocios mundiales contra haciendas nacionales: está claro quién lleva las de ganar. Las filiales españolas de siete gigantes tecnológicos -entre ellos Google, Apple y Microsoft- pagaron 1,2 millones en impuestos de sociedades en 2012, muy por debajo de lo que cabría esperar por su volumen de negocio. Es un dato más que se añade a los de años anteriores, y a todos ellos se añadirá la liquidación correspondiente a 2013, porque nada ha cambiado en el marco legal que permite el ejercicio de la llamada «ingeniería fiscal». Los «ingenieros» de dicha especialidad aportan a las firmas tantos beneficios, o más, que los propiamente tecnológicos. Luego, cuando se conoce el mecanismo, parece incluso fácil. Un ejemplo: una de estas empresas tiene la sede en Irlanda y un montón de tiendas en España. La sede irlandesa compra barato a sus proveedores y vende caro a sus tiendas españolas, que añaden muy poco margen. Así, las tiendas apenas obtienen beneficios, o incluso tienen pérdidas, por lo que pagan pocos impuestos en España. El beneficio se traslada a la filial irlandesa, donde el tipo impositivo es mucho menor. Este mecanismo constituye un doble agravio para el consumidor-contribuyente, ya que escamotea dinero a la hacienda española, y además traslada una parte de lo que ha pagado a la hacienda irlandesa. Cada vez que gastamos en una de estas empresas, estamos enviando dinero de nuestros bolsillos a Dublín, a Luxemburgo o a cualquier otro refugio fiscal, en detrimento de nuestros servicios públicos, nuestros enchufados y nuestros corruptos -que son malos pero son nuestros-. Ya estamos bastante mal como para ir regalando euros a los países que nos perjudican objetivamente con su dumping fiscal. Pero, por la misma razón, no cabe esperar que los gobiernos de estos países muevan ni un dedo para modificar una situación que les resulta provechosa. La ingeniería fiscal transnacional solo se puede combatir con una regulación igualmente transnacional. Una acción coordinada de los gobiernos. Sobre el papel debería ser posible: los estados perjudicados son más y tienen más poder que los beneficiarios. Pero a la hora de la verdad, no se avanza. Muchas palabras en el G-20 pero pocos resultados. ¿Por qué? Tal vez ningún gobierno se siente capaz de desafiar a esas grandes corporaciones. O tal vez los gobiernos que podrían hacerlo prefieren la complicidad del poder con el poder. Washington no va a apretar las tuercas a quien le ayuda a espiar a todos los ciudadanos del mundo, empezando por los suyos.