Reconozco que soy un tío raro. Desde siempre me ha puesto la masoquista costumbre de ver a los políticos sometidos a lo imprevisible, lo cual suele ocurrir en las entrevistas, en las ruedas de prensa con preguntas y en los debates. Como todo buen adicto me empapé del tercer grado a Rajoy y mi dudosa ansia de placer se vio razonablemente satisfecha, pero mi cabreo como abogado fue creciendo con cada respuesta hasta llegar al tema de la infanta. Mi persona se fue empequeñeciendo a cada palabra del presidente en idéntica proporción que aumentaba mi alter ego profesional.

Al ser preguntado por las subidas de impuestos, la bajada de las pensiones o las previsiones de creación de empleo el presidente Rajoy repitió hasta la saciedad que no se pueden adelantar acontecimientos, y lo hizo escudándose en la necesidad de obtener informes de expertos y en la practicidad de quitarse los zapatos cuando llegue al río, pero fue expeditivo cuando le interpelaron por el asunto de Doña Cristina y aseguró su convencimiento de que S.A.R «es inocente».

Para realizar tal afirmación imagino que el Sr. Rajoy ha absorbido toda la causa con su privilegiada memoria de registrador como hace con todos los casos de los españoles porque según él «somos todos iguales ante la Ley». Doy por hecho que ha valorado la instrucción en base a su dilatada experiencia procesal, ha consultado toda la jurisprudencia al respecto y esta vez, sin necesidad de llegar al río u obtener sesudos informes, pasándose por el forro a toda la carrera judicial de este país, ha realizado una adecuación social de los hechos que conlleva una sola consecuencia. Ayer Rajoy indultó a la infanta ante toda España.

Al presidente no le importa si archivan la causa contra Doña Cristina y tampoco parece resultar de su incumbencia que la condenen. Él ya tiene la certeza de que es inocente, y por tanto, poco interés tiene ya cual sea el futuro judicial de S.A.R.

La otra posible explicación que encuentro para tan imparcial atrevimiento sentenciador es que Rajoy se base en el estrecho trato que su privilegiado puesto le ha granjeado con la Familia Real. Ya dijo el entrevistado que creyó inocente a Bárcenas porque lo frecuentó durante casi veinte años, pero hasta donde yo sé, que el roce hace el cariño no es una eximente completa ni una excusa absolutoria de las tipificadas en el Código Penal.

Como ciudadano me parece relevante lo que pase con la infanta. Si tengo que elegir prefiero que no la condenen, igual que considero una mala noticia que imputen a un sindicalista, a un togado, a un aforado, o a cualquier persona cuyos actos repercutan por su trascendencia en la pacífica convivencia de un país. Pero como abogado quiero, exijo, que no se obvie el principio de igualdad ante la Ley o que no se pisotee el derecho a una tutela judicial efectiva; y para que eso ocurra basta con dejar trabajar al juez y que las partes usen los mecanismos que la normativa provee en forma de recursos para el supuesto de existir disconformidad con lo acordado.

Todo lo demás serán injerencias, incertidumbres, presiones y politizaciones que convertirán el proceso en un show con el guión ya escrito:

A la pregunta de qué ocurrirá con el futuro de la infanta Mariano ha contestado que le irá bien. Conchita, qué dice el polígrafo.

Que dice la verdad.

Pues nada Cristina, para tu casa. Y da recuerdos a tu padre.