Burgos como síntoma

El alcalde de Burgos ha suspendido indefinidamente el plan de remodelación de una avenida y la construcción de un estacionamiento público. La decisión se ha tomado tras un pleno del Ayuntamiento en el que se desestimaba esa posibilidad y se insistía en seguir adelante con las obras. La causa de ese cambio radical y repentino es el rechazo vociferante de una minoría de ciudadanos y las manifestaciones violentas que, dirigidas por unas docenas de guerrilleros urbanos itinerantes, se han extendido a varias ciudades españolas y causado importantes destrozos. Dejando aparte la conveniencia o no del proyecto, sobre el que los vecinos podrán opinar con más conocimiento, de este episodio los demás españoles sí que podemos extraer unas cuantas conclusiones: En primer lugar, parece que ya está tardando el regidor burgalés en presentar su dimisión irrevocable. Semejante muestra de cobardía y falta de responsabilidad le incapacita para desempeñar su función. Y la sorpresa e indignación por todo lo que rodea esta tragicomedia son difícilmente superables. De manera que una institución municipal, que forma parte de la estructura del Estado y es clave en su funcionamiento, estudia y debate un proyecto de su competencia, siguiendo los trámites y plazos legales, vota democráticamente y decide realizar una determinada obra. Después, un grupito de energúmenos se toma la justicia por su mano, rompe escaparates, quema contenedores, se enfrenta a las fuerzas del orden de forma violenta, amedrenta a los políticos y estos, en una demostración vergonzosa de su inconsciencia y falta de sentido común, se asustan y ceden. Mientras, en Madrid la alcaldesa, sin pensárselo dos veces, sale atropelladamente en defensa de un bombero gallito que agrede a un policía; detrás, la pugna soterrada con su adversaria política. Todo ello muy edificante. El espectáculo es sonrojante y puede convertirse en todo un síntoma de lo que nos está ocurriendo y de lo que nos espera.

Emilio Martín-More Gómez-AceboMálaga