Pero hombre, ¡para qué haces eso! Aquí vivimos personas, eh». Se nos cayó la cara de vergüenza. Acabábamos de rascar un poco la cal de la pared de una de las casas de calle Carril. El edificio parecía abandonado, como casi todas las casas antiguas que por allí quedan. Son pocas, sí. El habitante de aquel antiguo corralón de dos plantas volvía de comprar sabe Dios qué. Con una bolsa de plástico verde en una mano y el bastón en la otra abrió la puerta. Tras de ella pudimos entrever una escalera y una suerte de tablones y vigas de obra para reforzar los años de maltrato y dejadez. El edificio estaba mal de salud, pero seguía en pie, no como otras muchas casas de la zona, derruidas y despreciadas por aquella Málaga que orgullosamente se diseñó en el 83.

La Trinidad es un barrio que podría haber sido especial, distinto, personal, malaguita y a la vez próspero. Sin embargo, alguien algún día en algún lugar decidió convertir el barrio de La Trinidad en la nada. Adiós a esas calles con sabor, a sus pasajes y recovecos. Aquí, en la Málaga del turismo moderno, los museos, la Smart city que gasta poca agua, no se pueden mezclar los barrios humildes con el Centro.

Casas típicas que van a tener que ser retranqueadas en la citada calle Carril para que ésta siga el ejemplo del engendro de calle Jaboneros, una vía de libertad, y tal.

No, no soy arquitecto, pero pasear por las calles peatonales de La Trinidad es como dar una vuelta por un parking privado. O, qué sé yo, pasar por la plaza de San Pablo y otear el horizonte cuasi bélico de un barrio que es un infierno de solares. En estas cosas hay mucho de gusto, efectivamente. En este caso es cuestión de que te guste que bombardeen la historia de tu ciudad. En ese caso, amigo, relájate y disfruta.