Decían nuestros mayores que «No hay mal que cien años dure» y, lo peor, es que se lo creían. Ya ven, entonces, aún existían personas crédulas, inocentes. Hoy no. Si creen que exagero hagan la prueba: díganle a uno de sus nietos o nietas -de menos de seis años- que pronto los móviles crecerán en los árboles. La respuesta inmediata es que llamarán por teléfono a urgencias médicas y dirán: «Vengan, por favor, a mi yayo le ha dado algo malo». Y es que nos hemos esforzado demasiado en hacer madurar a estos pequeños personajes, tanto, que le hemos robado casi toda la fantasía. Desde luego será mucho más difícil que algún adulto les engañe, pero ¡fue una edad tan bonita! Nos lo creíamos casi todo y luego llegó la realidad. Triste, muy triste, es comprobar el recelo de nuestros jóvenes, cierto que todos hemos contribuido a ello. Nosotros, no éramos lerdos, lo que ocurría es que no nos podíamos imaginar que los mayores que nos rodeaban nos engañaran. Claro está que en esos años aún no teníamos la televisión que después vino a quitarnos la venda de la frente. No nos contaban toda la verdad pero aprendimos a leer entre líneas y deducíamos lo que aquellos buenos profesionales nos querían decir. Era un juego muy divertido entre el gato y el ratón. Basta de echar la vista atrás, ahora miremos al frente y encarémonos con lo que tenemos€ bueno, mejor no.

Ayer salí a comprar las viandas necesarias para lo que queda de semana. Me asombré al comprobar que habían desaparecido de su portal Manolito, Servando y Miguel, los menesterosos habituales de esos portales. Pregunté por ellos y mi quiosquero me dijo que vino una furgoneta y se los llevó a un albergue. Bueno, al menos, comerán y dormirán mejor. Les deseo, a los tres, un futuro mejor.