Seguramente los designios de la publicidad, como los de Dios, son tan inapelables como inescrutables, pues si lo absurdo funciona deja de serlo. Nunca he entendido esas hojas de formato mínimo, que se caen al sacar el manojo de la taquilla, y nos cabrean al recogerlas del suelo. Ahora llegan a todas horas e-mail en los que el anunciante de algo nos llama por nombre y dos apellidos, tomándose confianzas que nunca le hemos dado; yo los borro de inmediato por ese solo motivo. En TV lo más chocante son esos spot en los que te cuentan a toda prisa una historia o un chiste que la mayoría de la gente no pilla; si no lo entiendo, pongo directamente en la lista negra el producto anunciado. Al lado de esas rarezas que sin embargo deben de funcionar, pues ahí están, la campaña de la ministra de Turismo de Palestina invitándonos a ir a Gaza, o a Ramala para visitar la tumba de Arafat, resulta muy normal.