Es evidente que Rafa Nadal ha hecho méritos más que suficientes para que se le pueda considerar el mejor deportista español de todos los tiempos. Vencer 13 Grand Slam (un Open Australia, ocho Roland Garros, dos Wimbledon y dos Open de EEUU), ganar la medalla de oro olímpica en Pekín 2008 o lograr la Copa Davis España en cuatro ocasiones son títulos sobresalientes para considerarlo así; logros a los que hay que añadir sus 26 Master 1000 o el Príncipe de Asturias de los Deportes en el 2008, con el que se hace reconocimiento a su enorme carrera como deportista, aún con páginas de éxito por escribir puesto que sigue siendo el número 1 de la ATP (ranking con el que se premia al mejor tenista del año por las victorias cosechadas en la temporada). Hoy, sin ir más lejos, cuando usted esté leyendo estas letras, muy probablemente él esté celebrando su décimo cuarto Grad Slam puesto que a las 9.30 horas disputa una nueva final en el Open Australia.

Lo que Nadal hace dentro de una pista de tenis es increíble. Muchos critican de él que no es un gran sacador, que no tiene una gran volea o que no tiene la clase de otros tenistas. La realidad es que todos esos que sacan y volean mejor que él o que tienen mucha más clase pierden cada vez que compiten contra Rafa. Y es que él tiene algo que nadie tiene: una capacidad mental propia de un súper héroe que le hace superar cualquier adversidad y que le convierte en invencible, además de respetado y admirado por todos sus rivales. Pero la grandeza de este tenista está por encima de todos los títulos que ha ganado y que seguirá ganando. La admiración que le profeso está fuera de las pistas y esto es lo que le hace ser diferente a otros deportistas españoles y que me hace compararlo con estrellas mundiales que son iconos del deporte, como Michael Jordan.

La admiración con la que habla de sus rivales cuando les vence en finales de Gran Slam, siendo capaz hasta de hacer llorar a Roger Federer en el Open de Australia del 2009, o que no busque excusas cuando es derrotado a pesar de estar lesionado o de tener problemas, como en este último Open de Australia en el que a todos nos ha llamado la atención cómo jugaba con la ampolla en la palma de la mano izquierda, con la que empuña la raqueta. Cuando ha jugado mal, siempre lo ha reconocido y ha felicitado a quien le ganó sin necesidad de excusas y hablando con respeto. Es capaz de ganar hasta cuando pierde.

Nadal tiene una enorme capacidad de superación y sacrificio que le ha permitido olvidar una grave lesión en una rodilla o ser capaz de superar la separación de sus padres, nunca usando como excusa estas circunstancias en esos malos momentos. Es un personaje sorprendente, humilde, familiar, que sigue teniendo los mismos amigos de siempre o sigue saliendo con su novia de toda la vida, sin dejarse devorar por el glamour que persigue a grandes estrellas mediáticas como él.

El año pasado, en un libro de psicología deportiva, leí una anécdota que puede aclararnos uno de los secretos que han hecho de Rafa Nadal lo que es. Cuando ganó su primer campeonato de España jugando contra niños de mayor edad que él, entró al vestuario con semblante serio su tío Toni (que es su entrenador de toda la vida) y en vez de celebrar la victoria le enseñó un folio donde estaban anotados todos los niños que, anteriormente a Nadal, habían ganado un campeonato de España contra chicos mayores pero que luego no habían llegado a nada. Lo que había conseguido no era nada. Y es que la EDUCACIÓN que ha recibido Nadal es, sin duda, la clave más importante tanto del éxito de este deportista como de ser la persona que es, un ejemplo para todos los deportistas sea cual sea la disciplina a la que se dediquen. Y esa educación que ha recibido de su entrenador y todo su entorno es un ejemplo para todos los entrenadores de formación que intentamos ayudar a convertir en estrellas a esos chicos cuyo desarrollo dejan en nuestras manos. Por todo ello Rafael Nadal, en representación de todo ese entorno que lo ha formado, tiene mi total admiración siga ganando o pierda y es el mejor deportista español de todos los tiempos. Al menos para mí.