Quizá querido lector conozcas la locución, pero a mí que la desconocía me dejó perplejo. Disfrutaba del primer sorbo de una cerveza bien fría y no pude evitar mi extrañeza al oírla. Tal fue mi asombro, que me volví a ver a quién se refería mi acompañante cuando pronunció la frase «ese es de los de la teta de atrás». Supongo que fue mi cara de no entender nada la que le movió a explicar aquella expresión. Explicación que, con tu permiso, paso a compartir. Parece ser que los lechones que maman de las tetas de atrás de su madre no reciben, ni en cantidad ni en calidad, la misma leche que los que lo hacen de las ubres frontales. Esta ingesta menos rica en componentes nutricionales e inmunológicos provoca un inadecuado y deficiente desarrollo del gorrino además de disminuir sus posibilidades de sobrevivir.

Tengo que decir que fue en otra conversación, esta vez con un buen amigo, director de Ventas para Andalucía y Canarias de una prestigiosa firma alemana, donde relacioné esta breve historia con la reflexión de esta semana, cuando hablando de la formación me soltó a bocajarro algo así como que «ya he aprendido todo lo que tenía que aprender, estoy hasta el moño de formación y he alcanzado mi máximo nivel de desarrollo». Me impactó, lo reconozco. Me hizo recordar tantas opiniones que he tenido que escuchar a lo largo de los años, y que últimamente están tomando de nuevo una fuerza inusitada, respecto a la insignificancia de los estudios, la formación, el esfuerzo, el aprendizaje, etc. Fue entonces cuando comprendí que somos nosotros mismos los que muchas veces, al convertirnos en agentes pasivos de nuestro desarrollo, dejándonos vencer por las circunstancias, creyendo estéril cualquier conocimiento, baldío cualquier esfuerzo, quienes nos negamos esos nutrientes, ese alimento, que nuestra personalidad necesita y exige para su crecimiento. Somos nosotros quienes renunciamos a la fuente de todo aprendizaje: la curiosidad y la pasión. Somos nosotros quienes eludimos explorar, descubrir y activar los múltiples recursos, únicos y absolutamente genuinos que todos poseemos. En definitiva, somos nosotros los que, siendo conscientes o no, mamamos de la teta de atrás.

Todo tiene un coste. Pero no es una elección fácil, ni gratuita, pues todo tiene un precio: esfuerzo, dinero, tiempo, etc. Porque aprender, incluso cuando es algo que nos apasiona, no está exento, siento decirlo, de dificultades, de retos, de muchas horas de duro esfuerzo, e incluso de tareas ingratas. Entre las dificultades quisiera destacar especialmente las que genera un entorno tantas veces estigmatizante -vas a ser el más listo del cementerio- y escasamente motivador o estimulante. Es cierto, todo tiene un coste. Y riesgos. Pensar es asumir riesgos. Y pensar y sentir es lo que hacemos continuamente cuando aprendemos. Porque el aprendizaje es eso, un proceso continuo por el cual expandimos nuestra conciencia. Conciencia que aporta complejidad y ésta, a su vez, nos hace, las más de las veces, sentirnos indefensos. Si te preocupa ser vulnerable, debes saber que lo que has sido ya no tiene remedio. Es lo que puedes llegar a ser lo verdaderamente importante. ¿Y qué es lo que puedes llegar a ser?, ¿lo sabes?, ¿conoces tus posibilidades, tus capacidades? Pues todas ellas pasan por tu aprendizaje, por la búsqueda constante de nuevos conocimientos, nuevas experiencias. O lo que es lo mismo, estar alerta, ser intelectualmente activo, estar menos dispuesto a quedarse satisfechos con respuestas superficialmente sugerentes, cuestionar, dudar, ser más escépticos con nuestras intuiciones, potenciar y desarrollar nuestras habilidades, especialmente las más complejas, las sociales. ¿Cuánto estás dispuesto a invertir en este proceso?

Pues todo este esfuerzo, hay que tenerlo claro, no te garantiza directamente alcanzar el éxito, entiéndase éste como se entienda, ya sea como un resultado o como un proceso. Pero si se puede afirmar con cierto sentido que, igual que no hay respuestas buenas o malas, sí las hay peores y mejores, y la diferencia entre éstas es que las primeras te limitan, mientras las segundas te posicionan o te ofrecen mayor número de oportunidades, alternativas, opciones. Convertir el aprendizaje en el eje central de tu desarrollo personal y profesional te abre un mundo de posibilidades. Posibilidades que te acercan a tus metas, que te conformarán, al dignificar tu existencia, como un ser más consciente y completo, más libre y, ¿por qué no?, más feliz. Lo otro es alimentarte de la teta de atrás. Hambre de saber y de hacer, en eso consiste la excelencia, no en ser perfecto. Un nacer constante, renovando nuestro propósito, ese que da sentido a nuestra vida. Porque como dijo Bob Dylan, «el que no está ocupado en nacer, está ocupado en morir». Y tú, ¿en qué estás ocupado?