El próximo año se cumplirá el 40.º aniversario de la coronación de Juan Carlos como rey de España. Pocos jefes de Estado han desempeñado sus funciones durante tanto tiempo y son menos aún, sólo dos y monarcas, los que en la actualidad disfrutan de tal privilegio en regímenes democráticos. Juan Carlos ha conseguido identificar a los españoles con la monarquía, una forma de Estado excepcional en el sur de Europa y muy cuestionada en nuestro país en la época contemporánea. Según datos de Metroscopia, es opinión compartida que sin el Rey la democracia no hubiera sido posible a la muerte de Franco. Una amplia mayoría ha reconocido que él ha contribuido decisivamente a su consolidación y a la estabilidad política del país. La simpatía mostrada por los españoles hacia su persona se convirtió en respaldo a la Corona. Para comprender la importancia de la institución monárquica en nuestra historia reciente, basta pensar en lo que podría suponer su desaparición.

Pero es un hecho que la situación ha cambiado muy rápidamente en los últimos años. La imagen de la Corona no hace más que deteriorarse. Las noticias sobre Zarzuela y las desafortunadas apariciones públicas de Juan Carlos están provocando una pérdida incesante del crédito que había acumulado entre los ciudadanos. Estos, ahora, mantienen una actitud recelosa y se muestran divididos en torno a la continuidad de la monarquía. Su actitud se ha vuelto muy crítica en particular con algunos episodios relacionados con la Casa Real y casi la mitad desaprueba la actuación del Rey. Cada encuesta refleja una nueva reducción del apoyo a la monarquía. La república gana adeptos especialmente entre los jóvenes y los votantes de los partidos de izquierdas, nacionalistas y UPyD.

Ante este panorama no debiera sorprender que se suscite la cuestión de la renuncia del Rey. La mayoría considera a Juan Carlos incapaz de recuperar el prestigio de la monarquía. El príncipe Felipe es el miembro de la Casa Real mejor valorado, se le ve preparado para desempeñar la jefatura del Estado y son ya dos tercios los que abogan por la abdicación. La mayoría cree que él sí puede rehabilitar el prestigio perdido de la corona.

Parece, pues, llegado el momento de abrir un debate y de hacerlo con el buen sentido demostrado en otras ocasiones. La monarquía ha sido el punto de equilibrio de la vida política en la España democrática. Los españoles no se definen monárquicos por principio, sino que respaldan la institución porque han comprendido bien su utilidad en la coyuntura específica del cambio de régimen. En consecuencia, su apoyo a la monarquía no es incondicional. Han estado conformes con la actuación del Rey y la aceptan y sostienen mientras satisfaga sus expectativas políticas y éticas. Es una exigencia que requiere por parte de la Corona actuar de una manera receptiva y flexible, contraria a la pretensión de convertirse en un coto vedado en el corazón de la democracia española. En el año que acabamos de despedir han abdicado en el mundo dos monarcas, un emir, y ha presentado su renuncia, en un gesto insólito, el mismísimo Papa.

El acceso del príncipe Felipe al trono podría simbolizar la orientación hacia el futuro de la sociedad española, el comenzar de nuevo que desean las generaciones jóvenes, ansiosas de un porvenir y confiadas en sus capacidades. Y quizá pudiera servir también de estímulo para su renovación a los grandes partidos, que están reaccionando ante esta catastrófica crisis como si nada hubiera pasado.

Es necesario abrir una reflexión sobre el desempeño de la primera institución política del país, antes de que por la fuerza de los hechos nos veamos obligados a añadir a las cuentas pendientes de la crisis una elección entre la monarquía y la república, que siempre tendrá plena justificación democrática, pero a buen seguro no dejaría de ser muy problemática aún hoy en nuestro país. Los españoles han aplaudido la forma en que Juan Carlos ha conseguido que una institución tradicional, envuelta en una polémica histórica nunca cerrada del todo, resultara funcional en una sociedad que se estaba haciendo muy avanzada en muchos aspectos. Un signo de la inteligencia política de ambos. Y de eso se trata, de hacer lo que más convenga en las circunstancias actuales.