Cuando vuelva a salir María Dolores de Cospedal dudando rotundamente, cuando el próximo domingo González Pons nos mienta directamente a los ojos y cuando Alfonso Alonso recite el argumentario al pie de la letra nos preguntaremos por qué reinciden en estilos que ni los suyos se creen. No es extraña la crisis de jefatura en un PSOE expulsado de los gobiernos y con un secretario general que parecía un cadáver mantenido en hielo hasta la llegada de un sustituto y que se ha convertido en un zombi telediario. Lo que pasma es la desbandada que se está produciendo en el Partido Popular en el momento en que reúne la mayor concentración de poder de su historia. El gobierno está acosado por su propio partido, a causa de la reclusión y a causa de la libertad. Por el lado de Soto del Real el año empezó con el extesorero Luis Barcenas golpeando a Lapuerta por la contabilidad B. Por Bankia serán juzgados un amigo (Blesa) y un vicepresidente (Rato) de Aznar. De los tres vicepresidentes de la España que iba bien, Rajoy está en La Moncloa; Rato, en el juzgado y Cascos, en Asturias, con nuevo partido.

Ahora desertan del PP los reclutados a través del ministerio del Interior en la sombra y en la luz que organizaron Mayor Oreja y Aznar cuando convirtieron a las víctimas de ETA en su fuerza de choque emocional. Su estrategia de tensión, basada en el birlibirloque de identificar el dolor con la razón, no sólo afectó a ETA. Simplificó los argumentos, amplió el significado de la palabra terrorismo y cualquier matiz quedó bajo sospecha de tibieza y equidistancia. No todas las víctimas del terrorismo piensan igual siendo igual de víctimas ni actúan siendo más víctimas cuando menos víctimas hay. Llega la nueva fuerza (la nueva debilidad del PP) Vox y regresan la imagen gastada de Ignacio Camuñas y la voz ronca de Vidal-Quadras.

Fantasmas para el sueño de Mariano Rajoy.