Mariano Rajoy tiene un plan y un pacto, un plan para evitar la independencia de Cataluña y un pacto con Alfredo Pérez Rubalcaba para garantizar la unidad de España. Al menos eso dijo el pasado lunes en la televisión. Y del éxito de ambos, del plan y del pacto, dependen no la integridad de la patria, que también, sino sobre todo los garbanzos de los españoles.

Ya lo dijo la semana pasada Barack Obama, España ha vuelto a la primera división mundial. La prima de riesgo sigue bajando y no hay problemas para la colocación de la deuda. El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de triplicar las previsiones de crecimiento para España.

Pero los problemas siguen ahí y cualquier chinita en el zapato puede acabar con España de nuevo entre los PIGS, el acrónimo con el que los anglosajones designaban a los países desastre del euro (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España).

La recuperación es tan incipiente y débil que las amenazas son muchas. Algunas son simplemente económicas. Otras, políticas. Entre las económicas se encuentra el riesgo claro de japonesización, que acabemos durante años con una baja inflación pero sin apenas crecimiento y con un nivel de paro muy alto. Ya lo dijo Christine Lagarde, la directora gerente del FMI, sobre la eurozona: «Si la inflación es el genio, la deflación es el ogro».

Pero, aún confiando en que estos nubarrones económicos se despejen, los garbanzos de los españoles seguirán dependiendo de otras amenazas meramente políticas. El problema catalán volverá a complicar las cosas este 2014. La amenaza independentista puede espantar a los inversores internacionales y acabar con la mínima estabilidad que requiere el desarrollo económico. Es imprescindible una solución certera al desafío nacionalista, aunque solo sea para no volver con los PIGS. Y ahí es donde es completamente necesario que lleguen a buen puerto el plan de Rajoy y su pacto con Rubalcaba.