Según datos de la Cámara de Comercio de Málaga, nuestra ciudad sufre una «discriminación» en materia de inversión pública tras un año 2013 en el que recogió tan solo una media de 85 euros por habitante, menos de la mitad de los 178 que fueron destinados a Andalucía y de los 184 que se concedieron a nivel nacional. Para los analistas económicos de esta institución, la reducción tan drástica de la financiación por parte del Gobierno central hacia nuestra metrópolis supone el peaje que tiene que pagar la capital de la Costa del Sol por haber recibido grandes ayudas antes de la entrada de la crisis -casos como el AVE o el aeropuerto-. Pero no parece equilibradamente justo que la urbe económica de Andalucía, que presenta números históricos en la recepción del turismo internacional, esté padeciendo este castigo crematístico si realizamos un análisis comparativo: España ha subido en este aspecto un 15% y Andalucía alrededor del 60%. La princesa temporal de antaño se ha convertido en cenicienta mediando los intereses partidistas. Las políticas, de nuevo, se ceban con una realidad contradictoria que nos afecta frente a tantos proyectos urbanos estancados.

La elección de Málaga por una multinacional coreana demuestra el desarrollo de su vocación tecnológica. Es impensable que un lugar que aspira a ser uno de los centros de Innovación y adaptación de las NTIC tenga que estar sumida en la mendicidad inversora por parte de nuestros próceres estatales. Parafraseando a José Luis Sampedro, el Mercado está en manos de los poderosos y dicen que éste supone la libertad, pero habría que preguntarse qué libertad tiene en el mercado quien va sin un céntimo. Cuando se habla de libertad debemos de cuestionarnos: ¿La libertad de quién? Málaga, eje económico, sufre el cautiverio por la falta de empréstitos oficiales. Reflexionemos.