Póngase usted en situación, amable lector que me ha seguido hasta aquí. Imagínese por un momento „tampoco le resultará muy difícil, a la vista del panorama reinante„ que un político, cualquiera, es condenado a prisión por sentencia firme e inapelable del Supremo. A la vista de lo cual, la reacción inmediata del resto de sus colegas, es solicitar, a una voz y en plan corporativista, el indulto para el reo. Si usted, dilecto leyente que aún continúa acompañándome, es de los que están hasta el moño de los políticos y cree que son una caterva de impresentables, le dará con el codo, en un gesto de complicidad, a su vecino de café o a su compañero de trabajo: «Todos son iguales», exclamará. Y el otro corroborará su aserto.

En cambio, la gran mayoría de presidentes de los clubes de fútbol españoles (el Málaga CF es uno de los que se ha apartado de ese camino), encabezados por sus capos, Ángel Villar y Javier Tebas, han pedido el indulto de José María del Nido, el expresidente del Sevilla condenado a prisión por timar con varios millones de euros al Ayuntamiento de Marbella. Y ni usted, paciente lector que no me abandona, ni su sufrido colega, se rasgan las vestiduras por esa indecente muestra de gremialismo mafioso que practican unos tipos capaces de solidarizarse con un ladrón de caudales públicos. Ni siquiera se escandaliza la catadura moral de estos compinches, la mayoría de los cuales siguen coqueteando con el fascismo.

Los políticos, tan denostados, suelen pagar por sus tropelías y desfalcos ante los tribunales, de manera mucho más severa de lo que les condena en las urnas la ciudadanía, que a duras penas y con bastante retraso, les pasa factura electoral. A la historia reciente y más próxima me remito.

En cualquier caso, raramente la llamada clase política, tan vilipendiada, ha adoptado un posicionamiento en defensa de un miembro del clan que haya sido ajusticiado. Solo recuerdo un precedente: el del alcalde de Torrevieja, por el que algunos pocos de sus conmilitones firmaron una petición de indulto. Pero la gran mayoría se desmarcó de esa desvergüenza.

El fútbol, por contra, otorga la impunidad a sus dirigentes y les exime de las responsabilidades exigibles a cualquier otro gestor. En ese contexto de permisividad y laxitud social, la burbuja del fútbol sigue inflándose peligrosamente de un tiempo a esta parte. Clubes como el Valencia CF, por ejemplo, están alcanzando un nivel difícilmente sostenible. Repito una vez más: estamos al borde de la gran explosión.