Una característica de los populismos es poner en primer plano el carácter adversativo de su discurso: el de hacer política contra alguien o contra algo. Todas las opciones políticas tienen sus filias y sus fobias, pero los populismos acentúan la descripción de lo negativo, la alerta contra la amenaza, para acto seguido ofrecerse a combatirlo. Los populismos triunfan en épocas de crisis porque una parte de los ciudadanos no comprenden el origen de sus males, y tienden a aceptar las explicaciones fáciles que identifican a culpables simples.

La tendencia se ha dado y se da a derecha y a izquierda, y se acentúa cuando entra en juego la identidad nacional. Se ha señalado (y perseguido) como causa absoluta de todos los males a los herejes, a las brujas, a los judíos, a los moros, a los eclesiásticos, a los masones, a los comunistas, a los bancarios, a los políticos y a los nacionalistas de una nación distinta a la nuestra. Y se ha divulgado la falsedad que acabando con ellos se solucionarían todos los problemas.

A veces, quienes esparcen tales doctrinas creen realmente en ellas, pero se hace difícil pensar que los máximos dirigentes no conozcan la endeblez de lo que propagan. Nada, en ninguna parte, es tan simple, y las situaciones de crisis tienen una gran complejidad y exigen políticas igualmente complejas que, en un mundo como el nuestro, no dependen de un solo gobierno. Los dirigentes políticos lo saben, pero suponen que identificar enemigos fáciles da más votos, y la crisis ya la resolverán entre Obama, la Merkel y el BCE.

Sin embargo, también saben otra cosa: que muchos electores son lo bastante inteligentes para identificar los trucos populistas, y abusar de ellos puede llevar a que salga el tiro por la culata. Las sociedades maduras se resisten a los cuentos sobre lobos feroces.

El debate sobre el recurso al populismo está en todos los grandes partidos, pero ahora mismo se ha agudizado en la zona del PP por la caída en las encuestas y la inminencia de unas elecciones, las europeas, con características de examen parcial y que además tienden a primar a las opciones extremas. Acosan a Rajoy por no adoptar una pose de orgullo e intransigencia, pese al «no pasarán» pronunciado en Barcelona. No les basta, y algunos se van. Olvidan que con orgullo e intransigencia construyó Aznar una derrota, tras haber ganado la mayoría absoluta con centrista flexibilidad.