A los países más o menos desarrollados nos hace daño la competencia de los emergentes, pero una vez que la competencia está ahí, nos puede hacer más daño todavía su crisis. En realidad a los países más o menos desarrollados nos hace daño todo. Los más desarrollados ya están por encima de los males de la tierra, viven del aire, o sea, de la alta tecnología, el conocimiento, las finanzas, el asesoramiento, los servicios de gama alta y el cuño de calidad de la marca. En cambio los países más o menos desarrollados ni podemos producir barato-barato, pues lo impide el estado de evolución de nuestros principios, ni vender a precios caros, pues nos falta reputación y clase. En última instancia, esta sería la razón de que en los países más o menos desarrollados florezca la deplorable economía sumergida, y, con medio cuerpo bajo el agua, seamos una especie de emergentes de cintura para abajo.