La habrán visto, seguro que sí. Mala como ella sola, esta superproducción de Hollywood de hace ya más de veinte años y protagonizada por Kevin Costner (¡ay, Kevin Costner!), está en mi cabeza desde hace días y días. Con el planeta hecho un gigantesco océano por lo mal que se ha portado el ser humano a lo largo de los años, la peña que sigue viva en la película malvive en atolones hechos de contrachapado oxidado penando por encontrar un poco de agua dulce que llevarse al gaznate. Y, en estas que aparece Kevin, que ha mutado y tiene branquias detrás de las orejitas y aletas entre los dedos de los pies -loco, muy loco todo- para dirigir al personal hasta el último reducto de tierra, plagado de manantiales y cascadas de agua pura, cristalina, potable y, sobre todo gratuita.

No ha hecho falta un cataclismo a escala mundial para que la ciudad de Málaga se haya transformado desde que comenzó el 2014 en un auténtico Waterworld, en el que el líquido elemento que sale del grifo vale su peso, o su volumen, en oro.

Facturas más caras para quienes vagan solos por el mundo malaguita y medidas para fomentar el ahorro en forma de discursos surrealistas comprobables ante notario, que lo único que me sugieren es la imagen del señor alcalde criando branquias detrás de esas orejas donde, según el concejal independiente Hernández Pezzi, «se lava poco y mal» mientras se ducha, y el jabón no le deja oír las quejas de unos ciudadanos que no ven tierra por ninguna parte, y para quienes el Ayuntamiento ha facilitado ayer mismo una brújula en forma de aplicación, que siempre apuntará hacia el norte, hacia arriba, para que no se pierdan en este enorme charco en que se ha convertido Emasa. «Ha sido una magnífica campaña para el ahorro de agua», dijo al alcalde de su ducha de quince litros, saltando encima del charco... y salpicando a todo el mundo. Waterworld.