Hace una semana viví un momento que francamente no esperaba rememorar nunca más. A cuarenta y cinco minutos para que arrancase la final del Campeonato de Andalucía de Balonmano en categoría cadete, que iban a disputar Maristas de Málaga y Cajasur de Córdoba, por una ventana del vetusto pabellón de Sanlúcar la Mayor se escapaba hacia la calle una de esas canciones que llevan adosadas decenas de recuerdos.

En un pequeño vestuario, catorce jóvenes, los hermanos Hidalgo y el mítico Juanjo Fernández tiraban de Eye of de tiger, un clásico de la película Rocky, para motivar, calentar y poner a cientos de revoluciones a sus chicos. Y seguro que en una de sus cuatro paredes, sujeto por un trozo de esparadrapo, San Marcelino Champagnat. «¡Beato!», exclamó el equipo. Es el grito de guerra. Profesión de fe.

Los malagueños saltaban así a la pista, fortalecidos. Poseídos. Dispuestos a dejarse la vida en cada acción. Parcial de 0-9 en los primeros dieciséis minutos. Final resuelta. Maristas, campeón de Andalucía.

En Lepe, a apenas un centenar de kilómetros de distancia de la localidad sevillana, Irene García, entrenadora del conjunto femenino del Colegio Puertosol, organiza a su equipo con un método parecido. Al igual que los chicos, preparan la final del campeonato andaluz. Roquetas es el rival en este caso.

El equipo rinde pleitesía a un pequeño artilugio, un sistema portátil de música ubicado estratégicamente en mitad de su zona de calentamiento. Lucha contra la megafonía del pabellón, muchísimo más potente. Alrededor del aparato giran las chicas durante varios minutos, en una tanda de ejercicios perfectamente sincronizados con la música. Acordes seleccionados con mimo. Consensuados con las jugadoras. Ilusión a raudales. Apoyo incansable en las gradas. Tanto de familiares como de directivos. Puertosol se impone como lo ha hecho en toda la serie. No hubo sorpresa. Vencía 30 a 22. Otro título que viaja a Málaga.

La música influye, es evidente. El trabajo sicológico que hay detrás, también. Pero lo que define un título a estos niveles es sin duda la dedicación, el esfuerzo diario. Veamos los números: casi doscientas sesiones de trabajo separan a ambos títulos del primer día de pretemporada. Sin apenas descanso. Sin fiestas ni puentes. Doblando sesiones. Cantidad no es sinónimo de éxito, pero calma la conciencia. Málaga ha vuelto a demostrar su hegemonía. Estamos de enhorabuena. Disfrutemos de estos dos triunfos. Es el momento.

Pero justo cuando ocurría todo esto, el Consejo Superior de Deportes hacía públicas las cifras de este deporte, en cuanto al ámbito federado, dentro de nuestro país. Datos para hacérnoslo pensar. Actualmente existen 848 clubes de balonmano en toda España, de los que dependen directamente 91.819 deportistas con licencia: 28.491 en mujeres. 63.328 en hombres.

Y no es casualidad, Andalucía aparece «tirando del carro», con un total de 14.382 fichas. Es sin lugar a dudas el tercer deporte por equipos, justo por detrás del fútbol y baloncesto. Dos veces campeones de mundo. Pero números, solo números. Pues son Realidades distintas. Incomparables. Inalcanzables por este sendero. Que se lo pregunten a los equipos que deben afrontar la fase de ascenso. O un simple sector nacional: a los que llevan un año esperando para cobrar una subvención pública. O a los que han perdido el apoyo de algunas empresas. A esos que encima han podido sufrir la tremenda cuchillada de una nefasta gestión. Cifras. Números. Papel mojado.