La entropía es el grado de desorden y de caos que existe en la naturaleza. Obviamente, determina nuestra visión del futuro. Ylya Prygogine, Físico y Premio Nobel de Química en 1977 afirmó, «el futuro es incierto. Pero esta incertidumbre está en el corazón mismo de la creatividad humana». La ciencia, en este caso, la física y su lenguaje constituyen una metáfora de la sociedad española. Desde las elecciones europeas hemos caído en una sociedad más entrópica, en la que los factores del desorden aumentan y el porvenir se vuelve cada vez más incierto.

La sociedad española está viviendo un cambio de época: el del modelo democrático forjado en la transición. Si contemplamos nuestro pasado histórico reciente, parecemos condenados a vivir en sistemas políticos cuya vida palidece a los cuarenta años. Así fue con el franquismo y ahora con el sistema político democrático en el que vivimos después de la dictadura.

En el caso de nuestra democracia esto parece revelarse más cierto, cada día que pasa. Si bien es cierto, que el catalizador de la entropía democrática ha sido, sin duda, la crisis y sus graves efectos sociales en forma de unos altos niveles de desempleo, aumento de la desigualdad social y falta de cohesión social. Si a esto unimos los escándalos de corrupción política, han provocado una desafección democrática que implica un nivel de desconfianza hacia la clase política y hacia las instituciones democráticas que no tiene precedentes en nuestra historia democrática.

Lo que había sido un síntoma en las encuestas y un reflejo en un movimiento, el 15-M, se ha manifestado en las últimas elecciones europeas a través de unas tendencias de cambio en nuestro sistema de partidos, en la orientación de voto y en el liderazgo político. Lo más destacado quizás sea la paulatina pérdida de espacio político por parte de los partidos mayoritarios, el PP y el PSOE, y la apertura hacia una vida política, que probablemente estará ocupada por más partidos y estará más polarizada, sobre todo, hacia la izquierda y sin olvidar los nacionalismos. El multipartidismo moderado de nuestro país que gracias a una orientación de voto muy equilibrada -de centro izquierda-, ha producido siempre mayorías estables hasta ahora es lo que parece estar cambiando. Lo que se ha llamado, la crisis del bipartidismo.

Los liderazgos cambian también. Las europeas han demostrado que los líderes y las políticas del PP y del PSOE no convencen a la ciudadanía. Los dos pierden, aunque el que más pierde el PSOE que tiene que reconstituir su liderazgo y, en este momento de la vida política española, deja al país sin un partido de oposición verdaderamente vertebrado y liderado, además de la tarea de persuadir a los ciudadanos que será una alternativa de gobierno creíble. Un proceso al que se ha unido en estos últimos días el del PSC también. Frente a esto, surgen nuevos líderes, reflejo de un nuevo perfil de votante y también de partido, que como Podemos ha sabido conectar con la desafección política de la ciudadanía por su rechazo de forma de hacer política y de la clase política que la ejerce en los partidos políticos tradicionales. Sin embargo, este liderazgo necesita una consolidación que pasa, por un lado, por su consolidación cuando pase de ser un movimiento a un partido tradicional y, por otro, cuando actúe en las instituciones políticas representativas.

Los otros ejes de este cambio de época que afectan a nuestra democracia son, por un lado, la crisis del modelo territorial de Estado, que con el proceso soberanista catalán abierto, constituye uno de los principales problemas de futuro, en el que lo único que parece claro es que el modelo autonómico debe de reformarse y, finalmente, la reciente abdicación del rey Juan Carlos I que constituye para la mayoría el fin del trayecto personal y político de alguien que ha desempeñado un papel fundamental en la historia democrática de nuestro país. Han sido treinta y nueve años en el trono y, aparte de un lógico y visible desgaste físico en los últimos años, la monarquía ha perdido la estimación que tenía entre los ciudadanos, como consecuencia de la falta de ejemplaridad pública de alguno de los miembros de la familia real e incluso a alguna conducta impropia del propio monarca. La abdicación ordenada del «Piloto de la transición» planteada como un relevo generacional, sin embargo, ha suscitado de nuevo el debate sobre el derecho a decidir sobre la forma de la jefatura de Estado y, en concreto, sobre si queremos vivir en una monarquía o en una república.

La sociedad española tiene que solucionar sus problemas económicos y sociales con la crisis pero además se enfrenta a importantes cambios en su sistema político: una reforma del modelo territorial del Estado, una renovación de sus élites políticas y de sus partidos políticos y de la propia institución de la jefatura del Estado. Hará falta en esa nueva etapa de la vida española un cambio generacional pero, sobre todo, mucho talento y prudencia política para conseguir consensos en torno a todos los problemas y reformas que vamos a tener que abordar. Desde la mirada de hoy, se hace patente que el futuro no es lo que era pero el pasado tampoco.

*Ángel Valencia es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga