En política un día es un mundo, una semana una eternidad. Hace poco más de siete días, el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, anunciaba que dejaba el acta del Senado para centrar su acción política en la ciudad debido a que sus constantes ausencias estaban teniendo efectos en la cuenta de resultados. La empresa no iba bien. De la Torre, pese a su apretada agenda de 14 horas diarias, había perdido ese contacto diario con los distritos, con la sociedad, ya no daba tantos besos y apretones de manos como antes y sus chaquetas estaban huérfanas de esos pins que con tanto cariño regalan las peñas y asociaciones de vecinos; y todos saben que eso, al final de mes, suma y suma y ahora estaba restando. De la Torre había abandonado el primer deber de un alcalde que quiere ser reelegido: pisar la calle y cubrir todo el espacio que una gran ciudad como Málaga reclama. Pero el alcalde optó por el capricho de viajar a Madrid para defender en el Senado la descentralización local y por giras mundiales para vender las capacidades tecnológicas de la ciudad, olvidándose que ni los japoneses ni los coreanos votarán en Huelin en las próximas elecciones municipales.

Aunque el resultado de las europeas no puede extrapolarse a unos comicios locales, sí marcan una tendencia de cómo es la salud electoral del PP en Málaga capital, y ésta es delicada pese a que en el PP se minimice en público los efectos con pañitos calientes. Fue tan duro el golpe electoral, que De la Torre exhibió una encuesta días después, en un claro signo de debilidad política, para asegurar que aún mantenía la mayoría absoluta pese a que perdía tres concejales; dejó el acta del Senado y reunió a todo su equipo municipal para cerrar filas, trazar una nueva estrategia y mejorar las coordinación para encarar la precampaña que se avecina.

En círculos internos del PP reconocen que la marcha al Senado del alcalde ha pasado factura, que su apuesta política por los distritos hace aguas, que hay concejales que no mantienen el pulso político, que el tarifazo del agua estuvo mal gestionado y que menos Málaga Valley y más atención a los barrios, a los vecinos. Una receta, sin duda.

Para enfilar la recta final del mandato,

De la Torre intuía que tenía que acelerar la marcha, cambiar estrategias para volver a su esencia de jugar cada partido como el Cholo Simeone, «distrito a distrito», sin distracciones mundanas. Y para ese nuevo escenario afirmó el 16 de junio que contaba con todos sus concejales, que descartaba acometer cambios en el equipo de gobierno, pero la renuncia de Damián Caneda le crea un problema del quince -quinta crisis de gobierno en tres años-; confirma que la relación entre ambos no es muy fluida y le obliga a remodelar a su equipo que días atrás calificó como intocable, por lo que extraña que ayer vendieran que era una operación meditada desde hace más de un año.

Aunque ahora se trate de minimizar los efectos de la marcha del primer teniente de alcalde y concejal de Cultura, Turismo y Deporte, la crisis es de altura, no por el tamaño del edil, sino por la marcha del número dos del Ayuntamiento, que renuncia por cansancio y por la falta de entendimiento que durante todo este tiempo ha mantenido con su alcalde, pues el primer edil es de los que delegan poco y Caneda un catalizador de ideas que en los partidos suelen llamar como un «verso libre».

Caneda se va con la mochila cargada de excelentes resultados turísticos; con una cultura más dinamizada pese a las carencias y un prometedor Festival de Cine gracias al acierto de apostar por Juan Antonio Vigar. Y De la Torre se queda con la mochila cargada de problemas. Cuando quería recuperar el impulso, tendrá que dar otra paso atrás para dedicarse a temas internos que tanto le molestan. Los días pasan, las elecciones se acercan y los problemas han cogido la manía de llamar a la puerta del Ayuntamiento.