En un país en el que cortarle la cabeza a quien la levanta parece un deporte nacional, la juez Mercedes Alaya debería andarse con ojo y no perder de vista lo ocurrido a colegas como Baltasar Garzón. Algunos de sus propios compañeros, jueces y fiscales, la acusan ya de «garzonpatía», un curioso término para describir a los magistrados con deseo de protagonismo, lo que le achacan a esta mujer pese a que no suele prodigarse en los medios de comunicación ni es muy dada a las algaradas públicas. La decisión de la edición española de Vanity Fair de elegirla como portada del número de julio calificándola como «la indomable» no hace más que contribuir a su estrellato, no sé si buscado a no, como si no tuviera bastante con instruir el caso de los ERE de Andalucía que investiga la posible malversación de fondos públicos desde la Junta, que acumula 183 imputados y que acaba de costarle la vicepresidencia del Banco Europeo de Inversiones a la exministra socialista Magdalena Álvarez. En el artículo de Vanity Fair, algunos compañeros de la magistrada la acusan de prepotente, despectiva y altanera. Hay quien dice que no saluda a nadie y que apenas se relaciona con unos pocos letrados. No tengo el gusto de conocer a esta señora y desconozco si es o no una tirana insoportable, pero sí tengo claro que, con un trabajo como el suyo, es imposible hacer amigos si actúas de forma rigurosa e independiente. Alaya, en la macrocausa de los ERE de Andalucía, investiga a empresarios, sindicatos, políticos, abogados, administración... ¿Cómo la van a querer? Encima es mujer, guapa y estilosa. Algunos la acusan de preocuparse más por conjuntar vestido y zapatos que por la instrucción de sus casos mientras otros aseguran que es una trabajadora inagotable y que sus jornadas laborales a veces se prolongan hasta la madrugada. Harta de estar en el ojo del huracán, cuentan desde su entorno que se plantea abandonar la magistratura cuando termine el proceso para centrarse en su familia, su marido y sus cuatro hijos, y mandar a tomar viento semejante circo. No me extraña, pero siendo como es una persona inteligente, tampoco debe extrañarle a ella el revuelo que genera a su alrededor cada vez que, sobre sus tacones de doce centímetros, manda callar a tanto imputado ilustre.