El pasado uno de enero se cerró la ventana reformista del primer gobierno Rajoy; legislatura concluida. Si la primera consigna fue evitar la intervención de España por parte de las autoridades europeas, la segunda consiste en hacer creer a los votantes que lo peor ya ha quedado atrás y que hemos entrado en una fase nueva. En lugar de ajustes, rebaja de impuestos; en lugar de liberalizar los mercados, consolidar los privilegios; en lugar de reducir el tamaño del Estado, proponer más gasto público. Cabe esperar para el próximo curso unos presupuestos moderadamente expansivos: la contratación de nuevos funcionarios, algún guiño en los salarios y un incremento en la licitación de obra pública. Los municipios emplearán parte del superávit acumulado a lo largo de estos años en adecentar las calles y mejorar los servicios en vez de reducir su endeudamiento. De la austeridad germánica hemos vuelto a una cierta laxitud, cuyo objetivo sólo en parte responde a criterios económicos. El reparto del poder político apremia y las elecciones europeas han supuesto un serio aviso para el partido en el gobierno. Ahora toca agasajar, aunque no demasiado, el bolsillo de los contribuyentes. Llega el nuevo IRPF.

Desde 2008, la crisis ha dejado un rastro sangriento: una cuarta parte de la población activa en paro - la mitad, si hablamos de los jóvenes -; salarios esquilmados; un endeudamiento y un déficit desbocados; el Estado del Bienestar claramente maltrecho... El prestigio de las instituciones se ha ido deteriorando a medida que la exigencia de sacrificios se concentraba en los trabajadores en lugar de eliminar las prerrogativas clientelares. Podríamos decir que se nos ha sometido a una dolorosa cirugía, pero que el privilegio de la rehabilitación se reservó sólo a unos pocos. Ya Tocqueville cuenta en su clásico La democracia en América que es el incremento de la desigualdad lo que embrutece al pueblo. Hay un punto preciso de la equidad que conjuga el esfuerzo con la esperanza, la justicia con la igualdad de oportunidades. Sin embargo, la ventana reformista se cerró el uno de enero sin que se resolvieran los graves problemas que gripan el motor español: la mala asignación en los recursos públicos, la falta de un contrato único que estimule el mercado laboral, las absurdas rigideces que determinan la actuación de los colegios profesionales, la costosa telaraña de las subvenciones, un sistema fiscal poco eficiente...

Estas reformas ya no se harán, porque de entrada resultan difíciles de digerir para los afectados y sus frutos se demoran en el tiempo. En lugar del dinamismo que ha impuesto desde el primer día Matteo Renzi, el gobierno de Rajoy - y, antes, el de Rodríguez Zapatero - optó por apuntalar una estructura socioeconómica que ha funcionado razonablemente durante los últimos treinta años, pero que ahora se presenta como obsoleta en el mundo volátil de la globalización. Se ha perdido una oportunidad histórica que tardará en volver a repetirse. En 2016 se inaugurará una legislatura de alianzas con múltiples frentes abiertos. Es posible - aunque sólo sea por el momento del ciclo en que nos encontramos - que una nueva crisis llame a la puerta de Occidente. Faltos de munición presupuestaria, los ajustes regresarán con fuerza alimentando el discurso de la indignación. Con Jean-Claude Juncker, también Europa parece apuntarse a la parálisis propia de los insiders. Mala señal. Con la rebaja del IRPF, entramos en el periodo de la propaganda. Y lo que necesitamos con urgencia es un shock de sensatez.