El 21 de junio pasado, a las 12.51 horas, llegó el verano astronómico. Son éstas, por lo tanto, unas fechas destacadas. Los romanos, nuestros antiguos amos imperiales, llamaban a ambos solsticios, el de verano y el de invierno, «solstitium». En referencia al sol, aparentemente parado en su trayectoria.

Para un servidor, ambos solsticios suelen coincidir con épocas de provechosas y copiosas lecturas. En realidad no sé el porqué. Lo importante es que me encuentro estos días navegando por la segunda lectura de un libro maravilloso, «Bocetos del Madrid de Isabel II». Cuidada y reciente versión en español de una obra anónima («The Attaché in Madrid or sketches from the court of Isabella II», Nueva York, 1856) de la que resultó ser autora una fascinante dama escocesa, doña Frances Erskine Inglis, futura marquesa de Calderón de la Barca. En su juventud se trasladó doña Francisca a Boston, donde conoció a importantes personajes, como el famoso escritor Washington Irving o el historiador William Prescott. Este último le presentó un día a un diplomático español. Don Ángel Calderón de la Barca y Belgrano. Había sido enviado a Estados Unidos por Su Majestad la Reina de España Doña Isabel II como representante de la Corona en la joven República norteamericana. Se casaron.

Gracias a una brillantísima traductora e investigadora malagueña, doña Olga Mendoza Antúnez, este libro imprescindible, los «Bocetos del Madrid de Isabel II», fue rescatado recientemente del olvido. A doña Olga le tenemos que agradecer no solo la recuperación de una obra singular sino también el que hiciera posible con su trabajo una traducción espléndida. Lo contó magistralmente el periodista y escritor don Alfonso Vázquez en un artículo publicado en La Opinión de Málaga, «La pista malagueña de Mona Lisa», el 11 de febrero de 2012. No se lo pierdan.

La otra mitad de mis lecturas de este «solstitium» me ha llevado, también en segunda navegación, a una obra que a nadie deja indiferente. Los Diarios de Victor Klemperer. El testimonio personalísimo, destilado día a día, que nos dejó durante el terror nazi este brillante romanista y escritor alemán de origen judío. En el espacio destinado al jueves 18 de septiembre de 1941, anota el autor que finalmente le han entregado la estrella de judío: «negra sobre tela amarilla, y en ésta, con caracteres hebraizantes, la palabra «Jude», hay que llevarla en el pecho a la izquierda». Unos días más tarde, el martes 7 de octubre de 1941, escribe Victor Klemperer en su diario: «La señora Voss ha oído de fuente fiable: en Berlín, en la Hedwigstrasse, un sacerdote dice misa con la estrella judía en la casulla.»

Al final del volumen aparece esta nota aclaratoria: «Se trata del sacerdote católico y párroco de la catedral, Bernhard Lichtenberg (1875-1943), que predicó valerosamente contra la persecución de los judíos y se dirigió por escrito a las autoridades sanitarias para protestar contra los asesinatos «eutanásicos» de deficientes mentales. Fue detenido por «uso impropio del púlpito» y murió en el transporte al campo de concentración de Dachau.» Según Der Spiegel, estos Diarios conmovieron a la nación alemana. Por cierto, en esta excelente edición de los «Tagebücher» de Victor Klemperer interviene también otra espléndida traductora española: doña Carmen Gauger. Dios se lo pague a ambas damas.